Página 76 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
para sustraerlos durante cierto tiempo de las circunstancias que
los alejaron de Dios, y para colocarlos en un ambiente más puro.
Estando al aire libre, rodeados de las bellezas que Dios creó, y
mientras respiran una atmósfera limpia y vigorizadora, es más fácil
hablar a los enfermos de la vida nueva que es en Cristo Jesús. Allí
es donde la Palabra de Dios puede enseñarse con más éxito. Allí es
donde los rayos del Sol de justicia penetran mejor en los corazones
entenebrecidos por el pecado. Con paciencia y simpatía, enseñad
a los enfermos a comprender que necesitan al Salvador. Decidles
que él es quien da fuerza a los débiles; quien da poder a los que no
tienen ya energía.
Necesitamos comprender mejor el sentido de estas palabras:
“Debajo de su sombra me senté con gran deleite”.
Cantares 2:3 (VM)
.
Ellas no evocan en nuestro espíritu la imagen de un apresuramiento
febril, sino por el contrario, la de un dulce reposo. Son muchos los
que profesan ser cristianos y que manifiestan inquietud y depresión,
y los que rebosan actividad, pero no pueden hallar tiempo para
reposar tranquilamente en las promesas de Dios. Obran como si no
pudiesen permitirse tener paz y tranquilidad. A éstos dirige Cristo
esta invitación: “Venid a mí,... que yo os haré descansar”.
Mateo
11:28
. Apartémonos de las encrucijadas polvorientas y calurosas que
frecuenta la multitud y vayamos a descansar a la sombra del amor
del Salvador. Allí es donde obtendremos fuerza para continuar la
lucha; allí es donde aprenderemos a reducir nuestros afanes y a loar a
Dios. Aprendan de Jesús una lección de calma confiada aquellos que
están trabajados y cargados. Deben sentarse a su sombra si quieren
recibir de él paz y reposo.
Los que trabajan en nuestros sanatorios deben poseer una rica
experiencia cristiana, fruto de la verdad implantada en el corazón y
nutrida por la gracia de Dios. Arraigados y afirmados en la verdad,
deben tener una fe que obre por amor y que purifique el alma. Pi-
diendo constantemente las bendiciones que necesitan, deben cerrar
las ventanas de su alma a la atmósfera apestada del mundo y abrirlas,
por el contrario, hacia el cielo, para dejar entrar los brillantes rayos
del Sol de justicia.
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¿Quién se está preparando para encargarse de una manera in-
teligente de la obra médica misionera? Los que acudan a recibir
cuidados en nuestros sanatorios deben, mediante esta obra, ser con-