Página 80 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
sembrar constantemente la semilla de la verdad, sin presentar temas
doctrinales, sino hablando del amor del Salvador que perdona los
pecados. Su deber no consiste solamente en dar instrucción de la
Palabra de Dios línea sobre línea, precepto sobre precepto; también
debe humedecer esa instrucción con sus lágrimas y fortalecerla con
sus oraciones, de modo que las almas sean salvadas de la muerte.
Los médicos corren el riesgo de olvidar el peligro del alma a
causa de la ansiedad ferviente, y a veces febril, que experimentan en
su empeño por evitar los peligros del cuerpo. Médicos, estén alerta,
porque en el tribunal de justicia de Cristo deben volver a encontrar a
quienes hoy atienden junto al lecho de muerte.
La solemnidad de la obra del médico, su contacto constante
con los enfermos y los que mueren, requiere que, en la medida
de lo posible, se los exonere de los trabajos seculares que otros
pueden realizar. Con el fin de darle tiempo para familiarizarse con
las necesidades espirituales de los pacientes, no se deberían colocar
cargas innecesarias sobre él. Su mente debería hallarse siempre
bajo la influencia del Espíritu Santo, de modo que pueda pronunciar
palabras oportunas que despierten fe y esperanza.
Junto a la cama del moribundo no se deben hablar palabras que
tengan que ver con credos y controversias. Se debe traer al enfermo
ante Aquel que está dispuesto a salvar a todos los que se llegan a él
con fe. Esfuércese fervorosa y tiernamente por ayudar al alma que
vacila entre la vida y la muerte.
El médico nunca debería inducir a sus pacientes a fijar su aten-
ción en él. Debe enseñarles a asirse con la mano de la fe de la mano
extendida del Salvador. Entonces su mente será iluminada con la luz
que brilla del Sol de justicia. Lo que los médicos tratan de hacer,
Cristo ya lo llevó a cabo, de hecho y en verdad. Ellos tratan de salvar
la vida; Cristo es la vida.
El esfuerzo que realiza el médico por conducir las mentes de
sus pacientes hacia la acción sanadora debe hallarse libre de toda
pretensión humana. No se debe apegar a la humanidad, sino elevarse
libremente hacia lo espiritual, aferrándose a las cosas de la eternidad.
El médico no debe ser hecho el blanco de críticas descomedidas.
Esto coloca preocupaciones innecesarias sobre él. Sus responsabi-
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lidades son pesadas, y necesita la simpatía de quienes colaboran