Página 107 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Lo que pudo haber sido
Santa Helena, California,
5 de enero de 1903.
A la iglesia de Battle Creek
En una ocasión, al mediodía, estaba yo escribiendo acerca de la
obra que pudo haberse hecho en el último congreso de la Asociación
General si los hombres que ocupaban puestos de responsabilidad
hubieran seguido la voluntad y los caminos de Dios. Los que han
tenido gran luz no han andado en ella. La reunión terminó sin que
se produjera ningún cambio. Los hombres no se humillaron ante el
Señor como debieran, y el Espíritu Santo no fue impartido.
Había escrito hasta ese punto, cuando perdí el conocimiento, y
me parecía estar presenciando una escena en Battle Creek.
Nos encontrábamos reunidos en el auditorio del Tabernáculo. Se
ofreció una oración, se cantó un himno, y se volvió a orar. Una sú-
plica ferviente se elevó ante Dios. La presencia del Espíritu Santo se
hizo notoria en la reunión. El efecto fue profundamente conmovedor,
y algunos de los presentes estaban llorando en voz alta.
Alguien se levantó de sus rodillas y declaró que antes había
estado en desacuerdo con ciertas personas por las cuales no sentía
ningún afecto, pero que ahora se veía a sí mismo como realmente era.
En tono bien solemne recitó el mensaje dado a la iglesia de Laodicea:
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad
. Y comentó: “En mi autosuficiencia, así mismo me
sentía yo”.
Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo
. “Ahora veo que esta es mi condición. Mis ojos se
han abierto. He sido duro de espíritu, e injusto. Me consideraba justo,
pero ahora tengo partido el corazón, y reconozco mi necesidad de
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los consejos de Aquel que me ha examinado hasta lo más recóndito
del alma. Oh, ¡cuán gratas, compasivas y amables son las palabras:
Yo te aconsejo que de mi compres oro refinado en fuego, para que
seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra
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