El valor de la prueba
Rumbo a Copenhague, Dinamarca,
16 de julio de 1886.
Al médico supervisor del Sanatorio de Battle Creek
Mi estimado hermano,
Tengo el mayor afecto por usted y quisiera que los que se dedican
a reprocharlo lo dejaran en paz. Pero, mi hermano, recuerde que
estas cuitas y perturbaciones son parte integral de “todas las cosas”
que ayudan a bien a los que aman a Dios. Dios vela por usted y toma
cuenta de aquellos que lo denigran y procuran despedazarlo. Pero
si se muestra valiente, si su alma está anclada en Dios, si confía en
su Padre celestial como un niño en sus padres, si es justo y ama
la misericordia, Dios puede y ha de obrar en usted. Su promesa es
segura: “Honraré a los que me honran”.
1 Samuel 2:30
.
Recuerde que su experiencia no es la primera de su índole.
¿Recuerda las historias de José y Daniel? El Señor no impidió las
maquinaciones de hombres impíos; pero hizo que sus artimañas
obraran para el bien de aquellos que, en medio de la prueba y el
conflicto, mantuvieron su fe y lealtad.
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El fuego del horno no tiene como propósito destruir, sino refinar,
ennoblecer y santificar. Sin la prueba, no sentiríamos tan honda-
mente nuestra necesidad de Dios y de su ayuda; y nos tornaríamos
orgullosos y autosuficientes. En las pruebas que encara, yo veo evi-
dencia de que el Señor vela por usted y que se propone atraerlo hacia
él. No son los sanos sino los heridos los que necesitan un médico;
aquellos que se ven presionados más allá de lo que pueden aguantar
son los que necesitan un ayudador. Acuda a la fortaleza. Aprenda
la valiosa lección: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi
carga”.
Mateo 11:28-30
.
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