Página 181 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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La oración y la bendición mediante Cristo
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gracia para que nos apropiemos de ellos, para que los disfrutemos e
impartamos a los demás. “Pedid en mi nombre dice Cristo. No os
digo que yo oraré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo nos
ama. Haced uso de mi nombre. Esto hará eficaces vuestras oraciones,
y el Padre os otorgará las riquezas de su gracia. Por lo tanto, pedid y
recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”.
Cristo es el vínculo entre Dios y el hombre. Ha prometido in-
terceder personalmente por nosotros. Él pone toda la virtud de su
justicia del lado del suplicante. Implora en favor del hombre, y el
hombre, necesitado de la ayuda divina, implora en favor de sí mismo
ante la presencia de Dios, valiéndose de la influencia de Aquel que
dio su vida para que el mundo tenga vida. Al reconocer ante Dios
nuestro aprecio por los méritos de Cristo, nuestras intercesiones reci-
ben un toque de incienso fragante. Al allegarnos a Dios en virtud de
los méritos del Redentor, Cristo nos acerca a su lado, abrazándonos
con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se ase del
trono del Infinito. Vierte sus méritos, cual suave incienso, dentro
del incensario que tenemos en nuestras manos, para dar estímulo a
nuestras peticiones. Promete escuchar y contestar nuestras súplicas.
Sí, Cristo se ha convertido en el cauce de la oración entre el
hombre y Dios. También se ha convertido en el cauce de bendición
entre Dios y el hombre. Ha unido la divinidad con la humanidad. Los
hombres deberán cooperar con él para la salvación de sus propias
almas, y luego esforzarse fervorosa y perseverantemente para salvar
a los que están a punto de morir.
Todos debemos trabajar ahora, mientras es de día; la noche viene,
cuando nadie puede trabajar. Me siento alentada en el Señor. En
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ocasión se me muestra claramente que en nuestras iglesias existe
un estado de cosas que en lugar de ayudar servirá de estorbo a las
almas. Luego paso horas, y a veces días, en intensa angustia. Muchos
de los que tienen un conocimiento de la verdad no obedecen las
palabras de Dios. Su influencia no es mejor que la de los mundanos.
Hablan y actúan como el mundo. ¡Oh cuánto me duele el corazón al
pensar cómo apenan al Salvador por su conducta indigna de personas
cristianas! Pero al pasarme la agonía, siento deseos de trabajar más
arduamente que nunca antes en favor de la restauración de las pobres
almas para que reflejen la imagen de Dios.