Página 195 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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El valor de la palabra de Dios
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palabra como las hojas del árbol de la vida, más preciosas que el oro
purificado en fuego, y más poderosas que cualquier otro agente de
santificación.
La recompensa de un estudio fiel de la palabra
Cristo y su Palabra están en perfecta armonía. Recibidos y obe-
decidos, abren una senda segura para los pies de todos los que estén
dispuestos a andar en la luz como Cristo es la luz. Si el pueblo de
Dios apreciara su Palabra, tendríamos un cielo en la iglesia aquí en
la tierra. Los cristianos tendrían avidez y hambre por escudriñar la
Palabra. Anhelarían tener tiempo para comparar pasaje con pasaje, y
para meditar en la Palabra. Anhelarían más la luz de la Palabra que
el diario de la mañana, las revistas o las novelas. Su mayor deseo
sería comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios. Y como
resultado, su vida se conformaría a los principios y las promesas de
la Palabra. Sus instrucciones serían para ellos como las hojas del
árbol de la vida. Sería en ellos una fuente de aguas, que brotaría para
vida eterna. Los raudales refrigerantes de la gracia renovarían la
vida del alma, haciéndole olvidar todo afán y cansancio. Se sentirían
fortalecidos y animados por las palabras de la inspiración.
Los ministros serían inspirados por una fe divina. Sus oraciones
se caracterizarían por el fervor, estarían henchidos de la seguridad
de la verdad. Olvidarían el cansancio en la luz del cielo. La verdad
se entretejería con su vida y sus principios celestiales serían como
una corriente fresca capaz de satisfacer constantemente el alma.
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La filosofía del Señor es la norma que rige la vida del cristiano.
Todo el ser se compenetra de los principios vivificantes del cielo.
Las actividades inútiles que consumen el tiempo de tantas personas
se reducen a su debida condición frente a una piedad bíblica sana y
santificadora.
La Biblia, y únicamente la Biblia, puede producir este buen re-
sultado. Es la sabiduría y el poder de Dios, y obra con todo poder en
el corazón receptivo. ¡Oh qué alturas podríamos alcanzar si confor-
máramos nuestra voluntad a la de Dios! El poder de Dios es lo que
necesitamos dondequiera que estemos. La frivolidad que estorba a
la iglesia es lo que la hace débil e indiferente. El Padre, el Hijo, y
el Espíritu Santo están procurando y anhelando tener conductos por