Página 202 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Una visión más amplia
Santa Helena, California,
30 de octubre de 1903.
A los misioneros médicos
Cristo, el gran Médico misionero, vino a nuestro mundo como
el ideal de toda verdad. La verdad nunca languideció en sus labios,
nunca sufrió daño en sus manos. De sus labios brotaban palabras de
verdad con la frescura y el poder de una nueva revelación. Desplegó
los misterios del reino de los cielos, revelando joya tras joya de
verdad.
Cristo habló con autoridad. Toda verdad esencial para el pue-
blo fue proclamada con el aplomo de un conocimiento certero. No
proclamó nada imaginario ni sentimental. No expuso sofismas ni
opiniones humanas. No salían de sus labios cuentos ociosos o falsas
teorías expresadas en lenguaje engalanado. Sus declaraciones eran
verdades establecidas por el conocimiento personal. Él previó las
doctrinas engañosas que llenarían el mundo, pero no las explicó.
Concentraba sus enseñanzas en los principios inmutables de la Pala-
bra de Dios. Magnificaba las verdades sencillas y prácticas que el
pueblo pudiera entender e incorporar a sus vidas diarias.
Cristo pudo haber expuesto ante los hombres las verdades más
profundas de la ciencia. Pudo haber desatado misterios que han
tomado siglos de esfuerzo y estudio para penetrar. Pudo haber hecho
sugerencias en el ramo científico, que hubieran dado mucho que
pensar y estimulado la facultad inventiva del hombre hasta el fin
del tiempo. Pero no hizo nada de esto. No dijo nada que pudiera
satisfacer la curiosidad o las ambiciones del hombre y abrir paso a la
fama mundanal. En toda su enseñanza, Cristo puso las mentes de los
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hombres en contacto con la Mente Infinita. No le indicaba al pueblo
que estudiara las teorías humanas acerca de Dios, su Palabra, o sus
obras. Les enseñaba a contemplar a Dios según lo manifestaban sus
obras, su Palabra, y sus providencias.
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