Página 325 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Nuestra gran necesidad
El conocimiento de Dios que obra la transformación del carácter
es nuestra mayor necesidad. Si cumplimos sus propósitos, tendrá
que haber en nuestras vidas una revelación de Dios que corresponda
a lo que enseña su Palabra.
La experiencia de Enoc y de Juan el Bautista representa lo que
debe ser la nuestra. Más de lo que solemos hacer, necesitamos es-
tudiar las vidas de estos hombres: el que fue trasladado al cielo sin
ver muerte, y el que, antes del primer advenimiento de Cristo, fue
llamado a preparar el camino del Señor y enderezar sus veredas.
La experiencia de Enoc
Acerca de Enoc se ha escrito que vivió sesenta y cinco años y
engendró un hijo; después de esto anduvo con Dios trescientos años.
Durante el transcurso de aquellos primeros años, Enoc había amado
y temido a Dios, y guardado sus mandamientos. Pero después del
nacimiento de su primer hijo experimentó algo mayor: su relación
con Dios se hizo más profunda. Al contemplar el amor del niño por
su padre, su confianza sencilla en su protección; al sentir el tierno
anhelo de su corazón por su hijo primogénito, aprendió la valiosa
lección del maravilloso amor de Dios hacia el hombre por medio
del don de su Hijo, y la confianza que los hijos de Dios pueden
depositar en su Padre celestial. El amor infinito e insondable de Dios
por medio de Cristo se convirtió en el tema de sus meditaciones de
día y de noche. Con todo el fervor de su alma procuraba revelar ese
amor a la gente entre la cual vivía.
El caminar de Enoc con Dios no fue en un trance o visión, sino
en todas las faenas de su vida cotidiana. No se convirtió en ermitaño,
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sustrayéndose enteramente del mundo; porque tenía una obra que
hacer por Dios. En el seno del hogar y en su trato con los hombres,
como marido y padre de familia, amigo, y ciudadano, era un siervo
constante y firme de Dios.
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