Página 326 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
Con el correr de los siglos, su fe se fortalecía más y su amor se
hacía más ardiente aún. Para él la oración era el aliento del alma.
Vivía en la atmósfera del cielo.
A medida que las escenas del futuro se desplegaban ante su vista,
Enoc se convirtió en un pregonero de justicia, portando el mensaje
a todos los que estuvieran dispuestos a escuchar sus palabras de
advertencia. En la tierra donde Caín procuró huir de la presencia
divina, el profeta de Dios dio a conocer las maravillosas escenas que
habían pasado ante él en visión. “He aquí, vino el Señor con sus
santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar
convictos a todos los impíos de todas sus obras impías”.
Judas 14,
15
.
El poder de Dios que obraba en su siervo lo sentían sus oyentes.
Algunos hicieron caso a la advertencia y renunciaron a sus pecados,
pero las multitudes se burlaban del solemne mensaje. Los siervos
de Dios han de llevar un mensaje similar al mundo en los postreros
días, que también será recibido con incredulidad y burla.
Al pasar año tras año, la ola de culpa humana se hacía cada
vez más profunda, y más tenebrosas las nubes del juicio divino.
No obstante, Enoc, como testigo en favor de la verdad, siguió su
camino, advirtiendo, suplicando y enseñando, esforzándose por hacer
retroceder la ola de culpa y detener los rayos de la venganza (divina).
Los hombres de aquella generación se burlaban de la locura de
aquel que no se interesaba en acumular una fortuna de oro y plata
ni en adquirir posesiones en este mundo. Pero el corazón de Enoc
estaba puesto en los tesoros eternos. Había dado una mirada a la
ciudad celestial. Había visto al Rey en su esplendor en medio de
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Sión. Cuanto más crecía la iniquidad existente, tanto más ferviente
era su anhelo por el hogar de Dios. A pesar de que estaba todavía en
la tierra, por fe moraba en la esfera de luz.
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán
a Dios”.
Mateo 5:8
. Por espacio de trescientos años Enoc había
procurado la pureza de corazón para ponerse en armonía con el
cielo. Por tres siglos había caminado con Dios. Día tras día había
anhelado una unión más estrecha; más y más cercana se había hecho
la comunión, hasta que Dios se lo llevó consigo. Había estado al
borde del mundo eterno, a sólo un paso del país de los santos; y
ahora los portales se abrieron y, siguiendo su marcha con Dios, que