Una visión del conflicto
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La iglesia es ahora militante. Ahora nos vemos frente a un mundo
sumido en las tinieblas de medianoche, casi completamente entre-
gado a la idolatría. Pero llega el día en que la batalla habrá sido
peleada, la victoria ganada. La voluntad de Dios ha de ser hecha
en la tierra, como es hecha en el cielo. Entonces las naciones no
reconocerán otra ley que la del cielo. Todos formarán una familia
feliz y unida, revestidos con las vestiduras de alabanza y agradeci-
miento: el manto de la justicia de Cristo. Toda la naturaleza, con
belleza insuperable, ofrecerá a Dios un constante tributo de alabanza
y adoración. El mundo quedará inundado por la luz del cielo. Los
años transcurrirán en alegría. La luz de la luna será como la del sol, y
la del sol será siete veces mayor que ahora. Sobre la escena cantarán
juntas las estrellas de la mañana y los hijos de Dios clamarán de
gozo, mientras que Dios y Cristo unirán su voz para proclamar: “No
habrá más pecado, ni habrá más muerte”.
Tal es la escena que me fue presentada. Pero la iglesia debe
pelear contra enemigos visibles e invisibles, y peleará. Agentes de
Satanás en forma humana están en el terreno. Los hombres se han
confederado para oponerse al Señor de los ejércitos. Estas confedera-
ciones continuarán hasta que Cristo deje su lugar de intercesión ante
el propiciatorio, y se vista las vestiduras de venganza. Los agentes
satánicos están en toda ciudad organizando febrilmente en partidos
a los que se oponen a la ley de Dios. Los que profesan ser santos y
los que son francamente incrédulos se deciden por dichos partidos.
Para los hijos de Dios, no es el momento de ser débiles. Ni por un
instante podemos dejar de estar en guardia.
“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en
el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para
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que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por
tanto, tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día
malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes,
ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de
justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos