Página 55 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Una visión del conflicto
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orgullosos ante Dios. Un caudal de poder espiritual fluirá sobre
aquellos que estén preparados para recibirlo.
Si tan sólo nos diésemos cuenta con cuánto ahínco trabajó Jesús
para sembrar la semilla del evangelio, nosotros, que estamos vivien-
do tan cerca del cierre de la gracia, trabajaríamos infatigablemente
para proporcionarles el pan de vida a las almas que perecen. ¿Por
qué somos tan fríos e indiferentes? ¿Por qué será que nuestro co-
razón es tan insensible? ¿Por qué somos tan reacios a entregarnos
a la obra a la cual Cristo dedicó su vida? Algo tiene que hacerse
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para curar esta terrible indiferencia que se ha apoderado de nosotros.
Inclinemos nuestro rostro con humildad al ver cuánto menos hemos
hecho de lo que pudiéramos haber hecho para sembrar la semilla de
la verdad.
Mis queridos hermanos y hermanas, os hablo con palabras de
amor y ternura. Despertad y consagraos sin reservas a la obra de
comunicar la luz de la verdad para este tiempo a aquellos que están
en oscuridad. Captad el espíritu del gran Obrero Maestro. Aprended
del Amigo de los pecadores cómo ministrar a las almas enfermas
de pecado. Recordad que en la vida de sus seguidores ha de verse
la misma devoción, la misma sujeción a la obra de Dios de toda
exigencia social, de todo afecto terrenal, que se vio en su propia vida.
A los requerimientos de Dios hay que darles siempre la máxima
importancia. El ejemplo de Cristo es para inspiramos a que nos
esforcemos incansablemente para hacer el bien a los demás.
A cada miembro de iglesia Dios pide que entre en su servicio.
La verdad que no se vive, que no se imparte a los demás, pierde
su poder vivificador, su virtud sanadora. Todos deben aprender a
trabajar y ocupar su lugar como portadores de cargas. Todo aquel que
es añadido a la iglesia debe ser un medio más para el cumplimiento
del gran plan de redención. La iglesia entera, actuando como un solo
cuerpo, combinándose en perfecta unión, deberá ser una agencia
misionera y viviente, movida y controlada por el Espíritu Santo.
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No es sólo por medio de hombres en puestos elevados de res-
ponsabilidad, ni sólo por hombres que ocupan puestos en juntas o
comités, o sólo por gerentes de nuestros sanatorios y casas publica-