Página 118 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
Se me ha instruido que llame la atención de los ministros a las
ciudades en las que no hemos trabajado, y que los urja por todos los
medios posibles a abrir el camino para la presentación de la verdad.
En algunas de las ciudades en que se presentó por primera vez el
mensaje de la segunda venida del Señor, nos sentimos compelidos a
llevar a cabo la obra como si se tratara de un nuevo campo. ¿Durante
cuánto tiempo más pasaremos por alto estos campos improductivos,
estas ciudades en las que no hemos entrado? La siembra de la semilla
debe comenzar sin pérdida de tiempo en muchos lugares.
El Señor exige que sus servidores manifiesten un espíritu que
capte con rapidez el valor de las almas, que discierna prontamente
los deberes que deben llevarse a cabo y que cumpla rápidamente
las obligaciones que el Señor les ha impuesto. Debe existir una
dedicación que no contemple ningún interés terrenal de suficiente
valor como para tomar el lugar de la obra que debe realizarse en
ganar almas para el conocimiento de la verdad.
Ministros, predicad las verdades que conducirán hacia el trabajo
personal por los que viven sin Cristo. Animad el esfuerzo personal
en toda forma posible. Recordad que el trabajo de un ministro no
consiste solamente en predicar. Debe visitar a las familias en sus
hogares, orar y estudiar la Biblia con ellas. El que trabaja fielmente
fuera del púlpito logrará diez veces más que el que no lo hace. Que
nuestros ministros lleven su carga de responsabilidad con temor y
temblor, que se vuelvan al Señor en busca de sabiduría y que pidan
constantemente su gracia. Que conviertan a Jesús en su modelo, y
que estudien con diligencia su vida para introducir en sus prácticas
cotidianas los principios que lo motivaron en su servicio cuando
vivió en el mundo.
* * * * *
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“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar”. Esta es una receta para la curación de todos
los males mentales, físicos y espirituales. Es el don de Cristo para
quienes lo buscan con sinceridad y en verdad. El es el Gran Sanador.
Luego viene otra invitación: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi