Página 171 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

Basic HTML Version

La unidad en Jesucristo
167
Desde su elevada posición, Cristo, el Rey de gloria, la Majestad
de los cielos, vio la condición de los hombres. Tuvo compasión de
los seres humanos, débiles y pecadores, y vino a la tierra para mostrar
lo que Dios es para el hombre. Dejando su corte real, revistiendo
su divinidad con los velos de la humanidad, vino personalmente al
mundo para labrar en nuestro favor un carácter perfecto. No eligió
[149]
morada entre los ricos de la tierra. Nació en la pobreza, de padres
humildes, y vivió en el despreciado pueblo de Nazaret. En cuanto
tuvo edad suficiente para poder manejar las herramientas, contribuyó
con su parte al sostén de la familia.
Cristo se humilló para encabezar a la humanidad, para afrontar
las tentaciones y sobrellevar las pruebas que los hombres deben
arrastrar de parte del enemigo caído, a fin de saber cómo socorrer a
los que son tentados.
Y Cristo ha sido hecho nuestro Juez. No es el Padre el Juez.
Tampoco lo son los ángeles. Nos juzgará Aquél que se revistió de
nuestra humanidad y vivió una vida perfecta en este mundo. El
solo puede ser nuestro Juez. ¿Os acordaréis de ello, hermanos y
hermanas? ¿Lo recordaréis también, vosotros los predicadores? ¿Y
vosotros también, padres y madres? Cristo se revistió de nuestra
humanidad para poder ser nuestro Juez. Ninguno de vosotros ha sido
designado para juzgar a otros. Todo lo que podéis hacer es corregiros
a vosotros mismos. Os exhorto, en el nombre de Cristo, a obedecer
la orden que os da, de no sentaros jamás en el sitial del juez. Día tras
día, este mensaje ha repercutido en mis oídos: “Bajad del estrado
del tribunal. Bajad de él con humildad”.
Nunca antes ha sido tan necesario como ahora que renunciemos
a nosotros mismos y carguemos cada día con la cruz. ¿Hasta qué
extremo estamos nosotros dispuestos a dar pruebas de abnegación?
Una vida de gracia y de paz
En el primer capítulo de la segunda epístola de Pedro, hallaréis
esta recomendación: “Vosotros también, poniendo toda diligencia
por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud, y en la virtud ciencia;
y en la ciencia templanza, y en la templanza paciencia, y en la
paciencia temor de Dios; y en el temor de Dios, amor fraternal, y en
el amor fraternal caridad”.
2 Pedro 1:5-7
. Estas virtudes son tesoros