Página 172 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
admirables. Hacen al hombre “más precioso que el oro fino”.
Isaías
13:12
.
“Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os deja-
rán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor
Jesucristo”.
2 Pedro 1:8
.
¿No nos esforzaremos por aprovechar lo mejor que podamos el
poco tiempo que aún nos queda en esta vida, para añadir una gracia
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a otra, y una potencia a otra, mostrando que tenemos acceso, en los
lugares celestiales, a una fuente de poder? Cristo dijo: “Toda potestad
me es dada en el cielo y en la tierra”.
Mateo 28:18
. ¿Para quién le
es dada esta potestad? Para nosotros. El quiere que comprendamos
que volvió al cielo como nuestro Hermano mayor, y que el poder
inconmensurable que se le dio está a nuestra disposición.
Recibirán el poder de lo alto aquellos que en su vida pongan en
práctica las instrucciones dadas a la iglesia por el apóstol Pedro. De-
bemos adoptar el plan de adición, consagrándonos a afirmar nuestra
vocación y elección. En todo lo que hacemos y decimos, debemos
representar a Cristo. Debemos vivir su vida. Los principios en que
se inspiraba deben dirigir nuestra conducta hacia las personas con
quienes colaboramos.
Cuando estamos anclados firmemente en Cristo poseemos un
poder que ningún ser humano puede quitarnos. ¿Y por qué? Porque
participamos de la naturaleza divina al huir de la corrupción que
reina en el mundo por la concupiscencia, participamos de la natura-
leza de Aquel que vino a la tierra revestido de humanidad, para que
pudiese encabezar la familia humana y para desarrollar un carácter
inmaculado e irreprensible.
¿Por qué son tantos entre nosotros los débiles e incapaces? Es
porque miramos a nosotros mismos, estudiamos nuestro tempera-
mento y nos preguntamos cómo podremos hacernos un sitio a noso-
tros mismos, a nuestra individualidad, a nuestras ideas particulares,
en lugar de estudiar a Cristo y su carácter.
Hay hermanos que podrían trabajar juntos en armonía si quisie-
ran aprender de Cristo y olvidar que son americanos o europeos, ale-
manes, franceses, suecos, dinamarqueses o noruegos; pero parecen
pensar que si se unieran con los de otras nacionalidades, perderían
algo de lo que caracteriza a su país y su nación, y que ese algo sería
reemplazado por otra cosa.