Página 173 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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La unidad en Jesucristo
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Hermanos, desechemos todo esto. No tenemos derecho a fijar
nuestra atención en nosotros mismos, ni en nuestras preferencias y
fantasías. No debemos tratar de conservar una identidad particular,
una personalidad y una individualidad que nos mantendrían alejados
de nuestros colaboradores. Hay un carácter que debemos mantener,
pero es el de Cristo. Si tenemos el carácter de Cristo, podemos tra-
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bajar juntos en su obra. El Cristo que esté en nosotros responderá al
Cristo que esté en nuestros hermanos, y el Espíritu Santo consagrará
esa unión de sentimientos y de acción que atestigua al mundo que
somos hijos de Dios. Que el Señor nos dé poder para crucificar el yo
y nacer de nuevo, a fin de que Cristo pueda vivir en nosotros como
principio vivo, activo, capaz de mantenemos en la santidad.
Trabajad con ardor en favor de la unión. Orad, trabajad para
obtenerla. EU a os traerá salud espiritual, pensamientos elevados,
nobleza de carácter, el ánimo celestial, y os permitirá vencer el
egoísmo y las suspicacias, y ser más que vencedores por Aquel
que os amó, y se dio a sí mismo por vosotros. Crucificad el yo,
considerad a los demás como más excelentes que vosotros mismos;
y así realizaréis la unión con Cristo. Ante el universo celestial, ante
la iglesia y el mundo, daréis la prueba indiscutible de que sois hijos
de Dios. Dios será glorificado por el ejemplo que déis.
Lo que el mundo necesita es ver este milagro: los corazones de
los hijos de Dios ligados unos a otros por el amor cristiano. Necesita
verlos sentados juntos, en Cristo, en las alturas celestiales. ¿No
queréis mostrar por vuestra vida lo que puede la verdad divina en
quienes aman y sirven al Señor? El conoce lo que podéis llegar a
ser y sabe cuánto puede hacer su gracia en vuestro favor, si queréis
llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
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