Página 226 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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La mayordomía fie
Cristo nos ha comprado por el precio de su propia sangre. Pagó
el precio de compra por nuestra redención, y si nos aferramos del
tesoro, éste será nuestro por el don gratuito de Dios.
“¿Cuánto debes a mi amo?”
Lucas 16:5
. Resulta imposible de-
cirlo. Todo lo que tenemos proviene de Dios. Él pone su mano
sobre nuestras posesiones y dice: “Yo soy el dueño legítimo de todo
el universo; éstos son mis bienes. Consagradme los diezmos y las
ofrendas. Al traer estos recursos especificados como señal de vuestra
lealtad y sumisión a mi soberanía, mi bendición aumentará vuestros
bienes y tendréis abundancia”.
Dios prueba a cada persona que afirma creer en él. A todos se
les confían talentos. El Señor ha dado a los hombres sus recursos
para que negocien con ellos. Los ha convertido en sus mayordomos,
y ha colocado en su posesión dinero, casas y tierras. Todo esto debe
considerarse como los bienes del Señor y usarse para promover su
obra, para edificar su reino en el mundo. Al negociar con los bienes
del Señor debemos pedirle sabiduría para no usar su legado sagrado
a fin de glorificamos a nosotros mismos o para complacer nuestros
impulsos egoístas. La cantidad confiada varía, pero los que tienen
los dones más pequeños no deben sentir que debido a que su talento
de recursos es demasiado pequeño, no pueden hacer nada con él.
Todo cristiano es un mayordomo de Dios que ha recibido sus
recursos. Recordad las palabras: “Ahora bien, se requiere de los
administradores, que cada uno sea hallado fiel”.
1 Corintios 4:2
.
[198]
Asegurémonos de que no estamos robando a Dios ni siquiera en lo
mínimo, porque este asunto es muy abarcante.
Todas las cosas pertenecen a Dios. Los hombres pueden ignorar
sus derechos. Mientras él derrama abundantemente sus bendiciones
sobre ellos, pueden utilizar sus dones para su propia gratificación
egoísta; pero serán llamados a rendir cuentas de su mayordomía.
Manuscrito leído ante los delegados de la Asociación del Estado de California, San
José, enero de 1907.
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