Página 250 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo
Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó
hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para
que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están
en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Por
tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi
presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos
en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en
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vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Filipenses 1:27-29; 2:1-13
.
Se me ha encargado que dirija estas palabras a nuestros hermanos
y hermanas del sur de California. Son necesarias en todo lugar
donde haya una iglesia establecida, porque un espíritu extraño se ha
introducido en nuestro medio.
Tiempo es de que los hombres humillen su corazón delante de
Dios y aprendan a trabajar según los métodos de él. Los que han
procurado dominar a sus compañeros de labor deben darse cuenta
de qué espíritu están animados. Con el alma humillada, deberían
buscar al Señor con ayuno y oración.
En el curso de su vida terrenal, Cristo dio un ejemplo que cada
uno puede seguir con toda seguridad. El ama a su rebaño y no quiere
que señoree sobre él poder alguno que restrinja su libertad en el
servicio que le rinde. Nunca comisionó él a nadie para dominar su
heredad. La verdadera religión bíblica da por fruto el dominio propio
y no el dominio de uno por el otro. Como pueblo, necesitamos una
medida mayor del Espíritu Santo, a fin de que podamos, sin orgullo,
anunciar el mensaje solemne que Dios nos ha confiado.
Hermanos, reservad para vosotros mismos vuestras palabras
de censura. Enseñad al rebaño de Dios a mirar a Cristo, y no al
hombre falible. Toda alma que llega a enseñar la verdad debe llevar
en su propia vida los frutos de la santidad. Al mirar a Jesús y al
seguirle, presentará a las almas que le son confiadas un ejemplo de
lo que debe ser un cristiano verdadero, dispuesto a aprender. Dejad