Página 29 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Llamados a ser testigos
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para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá
por su pecado, pero tú libraste tu vida”.
Ezequiel 33:7-9
.
¿Aguardaremos que las profecías del fin se cumplan antes de
hablar de ellas? ¿De qué servirían entonces nuestras palabras? ¿Es-
peraremos hasta que los juicios de Dios caigan sobre el pecador
para decirle cómo evitarlos? ¿Dónde está nuestra fe en la Palabra de
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Dios? ¿Debemos ver realizadas las cosas anunciadas para creer en
lo que él nos ha dicho? En claros y distintos rayos, nos ha llegado
la luz, enseñándonos que el gran día está cercano, “a las puertas”.
Leamos y comprendamos antes que sea demasiado tarde.
Debemos ser conductos consagrados, por los cuales la vida del
Cielo se comunique a otros. El Espíritu Santo debe animar e impreg-
nar toda la iglesia, purificando los corazones y uniéndolos unos a
otros. Los que han sido sepultados con Cristo por el bautismo deben
entrar en una nueva vida, y dar un ejemplo vivo de lo que es la vida
de Cristo. Una comisión sagrada nos ha sido confiada. Esta es la
orden que hemos recibido: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo”.
Mateo 28:19-20
. La obra a la que os habéis consagrado
consiste en dar a conocer el Evangelio de la salvación. Vuestro poder
debe estar fundado en la perfección celestial.
La vida santificada
El testimonio que debemos dar por Dios no consiste sólo en pre-
dicar la verdad y distribuir impresos. No olvidemos que el argumento
más poderoso en favor del cristianismo es una vida semejante a la de
Cristo, mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo
que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida
santa. La gente creerá, no lo que diga el predicador, sino lo que viva
la iglesia. Demasiado a menudo la influencia del sermón predicado
desde el púlpito queda neutralizada por la que se desprende de la
vida de personas que se dicen defensoras de la verdad.
El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo
en su pueblo. El quiere que los que lleven el nombre de Cristo le
representen por el pensamiento, la palabra y la acción. Deben tener