Página 14 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
vase los pecados de ellos y muriese para expiarlos, sino que lo dió a
la raza caída. Cristo debía identificarse con los intereses y las nece-
sidades de la humanidad. El que era uno con Dios se vinculó con los
hijos de los hombres mediante lazos que jamás serán quebrantados.
Jesús “no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Es nuestro Sacri-
ficio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, que lleva nuestra forma
humana delante del trono del Padre, y por las edades eternas será
uno con la raza a la cual redimió: es el Hijo del hombre. Y todo esto
para que el hombre fuese levantado de la ruina y degradación del
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pecado, para que reflejase el amor de Dios y compartiese el gozo de
la santidad.
El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio infinito que
hizo nuestro Padre Celestial al entregar a su Hijo para que muriese
por nosotros, debe darnos un concepto elevado de lo que podemos
llegar a ser por intermedio de Cristo. Al considerar el inspirado
apóstol Juan la “altura,” la “profundidad” y la “anchura” del amor del
Padre hacia la raza que perecía, se llena de alabanzas y reverencia,
y no pudiendo encontrar lenguaje adecuado con que expresar la
grandeza y ternura de ese amor, exhorta al mundo a contemplarlo.
“¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos
de Dios!
¡Cuán valioso hace esto al hombre! Por la transgresión,
los hijos de los hombres son hechos súbditos de Satanás. Por la fe
en el sacrificio expiatorio de Cristo, los hijos de Adán pueden llegar
a ser hijos de Dios. Al revestirse de la naturaleza humana, Cristo
eleva a la humanidad. Al vincularse con Cristo, los hombres caídos
son colocados donde pueden llegar a ser en verdad dignos del título
de “hijos de Dios.”
Tal amor es incomparable. ¡Que podamos ser hijos del Rey
celestial! ¡Promesa preciosa! ¡Tema digno de la más profunda medi-
tación! ¡Incomparable amor de Dios para con un mundo que no le
amaba! Este pensamiento ejerce un poder subyugador que somete
el entendimiento a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el
carácter divino a la luz de la cruz, mejor vemos la misericordia, la
ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramen-
te discernimos las pruebas innumerables de un amor infinito y de
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una tierna piedad que sobrepuja la ardiente simpatía y los anhelosos
sentimientos de la madre para con su hijo extraviado.