Página 13 - El Camino a Cristo (1993)

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Amor supremo
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viniese de un mundo de indescriptible gloria a esta tierra corrompida
y manchada por el pecado, obscurecida por la sombra de muerte
y maldición. Permitió que dejase el seno de su amor, la adoración
de los ángeles, para sufrir vergüenza, insultos, humillación, odio y
muerte. “El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas
nosotros sanamos.
¡Miradlo en el desierto, en el Getsemaní, sobre
la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la carga del
pecado. El que había sido uno con Dios sintió en su alma la terrible
separación que el pecado crea entre Dios y el hombre. Esto arrancó
de sus labios el angustioso clamor: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué
me has desamparado?
Fué la carga del pecado, el reconocimiento
de su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma
y Dios, lo que quebrantó el corazón del Hijo de Dios.
Pero este gran sacrificio no fué hecho para crear amor en el co-
razón del Padre hacia el hombre, ni para moverle a salvarnos. ¡No!
¡No! “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dió a su Hijo
unigénito.
Si el Padre nos ama no es a causa de la gran propicia-
ción, sino que El proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fué
el medio por el cual el Padre pudo derramar su amor infinito sobre un
mundo caído. “Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo
al mundo.
Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en
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la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito pagó el precio
de nuestra redención.
Jesús declaró: “Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo
mi vida para volverla a tomar.
Es decir: “De tal manera os amaba
mi Padre, que me ama tanto más porque dí mi vida por redimiros.
Porque me hice vuestro Substituto y Fianza, y porque entregué mi
vida y asumí vuestras responsabilidades y transgresiones, resulto
más caro a mi Padre; mediante mi sacrificio, Dios, sin dejar de ser
justo, es quien justifica al que cree en mí.”
Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención;
porque sólo El, que estaba en el seno del Padre, podía darle a conocer.
Sólo El, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios,
podía manifestarlo. Nada que fuese inferior al infinito sacrificio
hecho por Cristo en favor del hombre podía expresar el amor del
Padre hacia la perdida humanidad.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dió a su Hijo
unigénito.” Lo dió, no sólo para que viviese entre los hombres, lle-