Página 34 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

30
El Camino a Cristo
la obra del arrepentimiento: “El que fuisteis entristecidos según
Dios, ¡qué solícito cuidado obró en vosotros! y ¡qué defensa de
vosotros mismos! y ¡qué indignación! ... y ¡qué celo! y ¡qué justicia
vengativa! En todo os habéis mostrado puros en este asunto!
[40]
Una vez que el pecado amortiguó la percepción moral, el que
obra mal no discierne los defectos de su carácter ni comprende
la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al
poder convincente del Espíritu Santo permanecerá parcialmente
ciego con respecto a su pecado. Sus confesiones no son sinceras ni
provienen del corazón. Cada vez que reconoce su maldad añade una
disculpa de su conducta al declarar que si no hubiese sido por ciertas
circunstancias no habría hecho esto o aquello que se le reprocha.
Después que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida,
los embargó un sentimiento de vergüenza y terror. Al principio,
sólo pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar a la
temida sentencia de muerte. Cuando el Señor les habló tocante a su
pecado, Adán respondió echando la culpa en parte a Dios y en parte
a su compañera: “La mujer que pusiste aquí conmigo me dió del
árbol, y comí.” La mujer echó la culpa a la serpiente, diciendo: “La
serpiente me engañó, y comí.
¿Por qué hiciste la serpiente? ¿Por
qué le permitiste que entrase en el Edén? Esas eran las preguntas
implicadas en la excusa que dió por su pecado, y de este modo
hacía a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación
propia tuvo su origen en el padre de la mentira, y lo han manifestado
todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones de esta clase no
son inspiradas por el Espíritu divino, y no serán aceptables para
Dios. El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su
propia maldad, sin engaño ni hipocresía. Como el pobre publicano
que no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, exclamará: “Dios, ten
misericordia de mí, pecador,” y los que reconozcan así su iniquidad
[41]
serán justificados, porque el Señor Jesús presentará su sangre en
favor del alma arrepentida.
Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da
la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión que no busca
excusas por el pecado ni intenta su justificación propia. El apóstol
Pablo no procuraba defenderse, sino que pintaba su pecado con
sus colores más obscuros y no intentaba atenuar su culpa. Dijo:
“Lo cual también hice en Jerusalem, encerrando yo mismo en la