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              El Camino a Cristo
            
            
              la obra del arrepentimiento: “El que fuisteis entristecidos según
            
            
              Dios, ¡qué solícito cuidado obró en vosotros! y ¡qué defensa de
            
            
              vosotros mismos! y ¡qué indignación! ... y ¡qué celo! y ¡qué justicia
            
            
              vengativa! En todo os habéis mostrado puros en este asunto!
            
            
            
            
              [40]
            
            
              Una vez que el pecado amortiguó la percepción moral, el que
            
            
              obra mal no discierne los defectos de su carácter ni comprende
            
            
              la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al
            
            
              poder convincente del Espíritu Santo permanecerá parcialmente
            
            
              ciego con respecto a su pecado. Sus confesiones no son sinceras ni
            
            
              provienen del corazón. Cada vez que reconoce su maldad añade una
            
            
              disculpa de su conducta al declarar que si no hubiese sido por ciertas
            
            
              circunstancias no habría hecho esto o aquello que se le reprocha.
            
            
              Después que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida,
            
            
              los embargó un sentimiento de vergüenza y terror. Al principio,
            
            
              sólo pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar a la
            
            
              temida sentencia de muerte. Cuando el Señor les habló tocante a su
            
            
              pecado, Adán respondió echando la culpa en parte a Dios y en parte
            
            
              a su compañera: “La mujer que pusiste aquí conmigo me dió del
            
            
              árbol, y comí.” La mujer echó la culpa a la serpiente, diciendo: “La
            
            
              serpiente me engañó, y comí.
            
            
            
            
              ¿Por qué hiciste la serpiente? ¿Por
            
            
              qué le permitiste que entrase en el Edén? Esas eran las preguntas
            
            
              implicadas en la excusa que dió por su pecado, y de este modo
            
            
              hacía a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación
            
            
              propia tuvo su origen en el padre de la mentira, y lo han manifestado
            
            
              todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones de esta clase no
            
            
              son inspiradas por el Espíritu divino, y no serán aceptables para
            
            
              Dios. El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su
            
            
              propia maldad, sin engaño ni hipocresía. Como el pobre publicano
            
            
              que no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, exclamará: “Dios, ten
            
            
              misericordia de mí, pecador,” y los que reconozcan así su iniquidad
            
            
              [41]
            
            
              serán justificados, porque el Señor Jesús presentará su sangre en
            
            
              favor del alma arrepentida.
            
            
              Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da
            
            
              la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión que no busca
            
            
              excusas por el pecado ni intenta su justificación propia. El apóstol
            
            
              Pablo no procuraba defenderse, sino que pintaba su pecado con
            
            
              sus colores más obscuros y no intentaba atenuar su culpa. Dijo:
            
            
              “Lo cual también hice en Jerusalem, encerrando yo mismo en la