Página 50 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
ces la justicia de la ley se cumple en nosotros, los que no andamos
“conforme a la carne, mas conforme al espíritu.
Hay personas que han conocido el amor perdonador de Cristo y
desean realmente ser hijos de Dios; pero reconocen que su carácter
es imperfecto y su vida defectuosa; y propenden a dudar de si sus
corazones han sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales
quiero decirles que no cedan a la desesperación. A menudo tenemos
que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras
culpas y equivocaciones; pero no debemos desanimarnos. Aun si
somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandona-
dos por Dios. No; Cristo está a la diestra de Dios, e intercede por
nosotros. Dice el discípulo amado: “Estas cosas os escribo, para que
no pequéis. Y si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre,
a saber, a Jesucristo el Justo.
Y no olvidéis las palabras de Cristo:
“Porque el Padre mismo os ama.
El desea reconciliaros con él,
quiere ver su pureza y santidad reflejadas en vosotros. Y si tan sólo
estáis dispuestos a entregaros a El, el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de nuestro Señor Jesucristo.
Orad con más fervor; creed más implícitamente. Cuando lleguemos
a desconfiar de nuestra propia fuerza, confiaremos en el poder de
nuestro Redentor y alabaremos a Aquel que es la salud de nuestro
rostro.
Cuanto más cerca estéis de Jesús, más imperfectos os recono-
ceréis; porque veréis tanto más claramente vuestros defectos a la
luz del contraste de su perfecta naturaleza. Esta es una señal cierta
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de que los engaños de Satanás han perdido su poder, y de que el
Espíritu de Dios os está despertando.
No puede existir amor profundo hacia el Señor Jesús en el cora-
zón que no comprende su propia perversidad. El alma transformada
por la gracia de Cristo admirará el divino carácter de El; pero cuando
no vemos nuestra propia deformidad moral damos prueba inequívoca
de que no hemos vislumbrado la belleza y excelencia de Cristo.
Mientras menos cosas dignas de estima veamos en nosotros,
más encontraremos que apreciar en la pureza y santidad infinitas
de nuestro Salvador. Una percepción de nuestra pecaminosidad nos
impulsa hacia Aquel que puede perdonarnos, y cuando compren-
diendo nuestro desamparo nos esforcemos por seguir a Cristo, El se
nos revelará con poder. Cuanto más nos impulse hacia El y hacia