Cómo lograr una magnifica renovación
            
            
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              tenemos justicia propia con que cumplir lo que la ley de Dios exige.
            
            
              Pero Cristo nos preparó una vía de escape. Vivió en esta tierra en
            
            
              medio de pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos que
            
            
              arrostrar. Sin embargo, su vida fué impecable. Murió por nosotros, y
            
            
              ahora ofrece quitar nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si os
            
            
              entregáis a El y le aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa
            
            
              que haya sido vuestra vida, seréis contados entre los justos, por
            
            
              consideración hacia El. El carácter de Cristo reemplaza el vuestro, y
            
            
              sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado.
            
            
              [63]
            
            
              Más aún, Cristo cambia el corazón, y habita en el vuestro por la
            
            
              fe. Debéis mantener esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión
            
            
              continua de vuestra voluntad a El. Mientras lo hagáis, El obrará en
            
            
              vosotros para que queráis y hagáis conforme a su beneplácito. Así
            
            
              podréis decir: “Aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por
            
            
              la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dió a sí mismo por
            
            
              mí.
            
            
            
            
              Así dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “No sois vosotros
            
            
              quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en
            
            
              vosotros.
            
            
            
            
              De modo que si Cristo obra en vosotros, manifestaréis
            
            
              el mismo espíritu y haréis las mismas obras que El: obras de justicia
            
            
              y obediencia.
            
            
              Así que no hay en nosotros mismos cosa alguna de que jactar-
            
            
              nos. No tenemos motivo para ensalzarnos. El único fundamento de
            
            
              nuestra esperanza es la justicia de Cristo que nos es imputada y la
            
            
              que produce su Espíritu obrando en nosotros y por nosotros.
            
            
              Cuando hablamos de la fe debemos tener siempre presente una
            
            
              distinción. Hay una clase de creencia enteramente distinta de la
            
            
              fe. La existencia y el poder de Dios, la verdad de su Palabra, son
            
            
              hechos que aun Satanás y sus huestes no pueden negar en lo íntimo
            
            
              de su corazón. La Escritura dice que “los demonios lo creen, y tiem-
            
            
              blan,
            
            
            
            
              pero esto no es fe. Donde no sólo existe una creencia en la
            
            
              Palabra de Dios, sino que la voluntad se somete a El; donde se le
            
            
              entrega el corazón y los afectos se aferran a El, allí hay fe, una fe
            
            
              que obra por el amor y purifica el alma. Mediante esa fe el corazón
            
            
              se renueva conforme a la imagen de Dios. Y el corazón que en su
            
            
              estado inconverso no se sujetaba a la ley de Dios ni tampoco podía,
            
            
              se deleita después en sus santos preceptos y exclama con el salmista:
            
            
              [64]
            
            
              “¡Oh cuánto amo tu ley! todo el día es ella mi meditación.
            
            
            
            
              Enton-