Página 49 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

Cómo lograr una magnifica renovación
45
tenemos justicia propia con que cumplir lo que la ley de Dios exige.
Pero Cristo nos preparó una vía de escape. Vivió en esta tierra en
medio de pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos que
arrostrar. Sin embargo, su vida fué impecable. Murió por nosotros, y
ahora ofrece quitar nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si os
entregáis a El y le aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa
que haya sido vuestra vida, seréis contados entre los justos, por
consideración hacia El. El carácter de Cristo reemplaza el vuestro, y
sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado.
[63]
Más aún, Cristo cambia el corazón, y habita en el vuestro por la
fe. Debéis mantener esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión
continua de vuestra voluntad a El. Mientras lo hagáis, El obrará en
vosotros para que queráis y hagáis conforme a su beneplácito. Así
podréis decir: “Aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por
la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dió a sí mismo por
mí.
Así dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “No sois vosotros
quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en
vosotros.
De modo que si Cristo obra en vosotros, manifestaréis
el mismo espíritu y haréis las mismas obras que El: obras de justicia
y obediencia.
Así que no hay en nosotros mismos cosa alguna de que jactar-
nos. No tenemos motivo para ensalzarnos. El único fundamento de
nuestra esperanza es la justicia de Cristo que nos es imputada y la
que produce su Espíritu obrando en nosotros y por nosotros.
Cuando hablamos de la fe debemos tener siempre presente una
distinción. Hay una clase de creencia enteramente distinta de la
fe. La existencia y el poder de Dios, la verdad de su Palabra, son
hechos que aun Satanás y sus huestes no pueden negar en lo íntimo
de su corazón. La Escritura dice que “los demonios lo creen, y tiem-
blan,
pero esto no es fe. Donde no sólo existe una creencia en la
Palabra de Dios, sino que la voluntad se somete a El; donde se le
entrega el corazón y los afectos se aferran a El, allí hay fe, una fe
que obra por el amor y purifica el alma. Mediante esa fe el corazón
se renueva conforme a la imagen de Dios. Y el corazón que en su
estado inconverso no se sujetaba a la ley de Dios ni tampoco podía,
se deleita después en sus santos preceptos y exclama con el salmista:
[64]
“¡Oh cuánto amo tu ley! todo el día es ella mi meditación.
Enton-