El secreto del crecimiento
            
            
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              le recibió. Había ascendido en forma humana, y ellos sabían que
            
            
              estaba delante del trono de Dios como Amigo y Salvador suyo,
            
            
              que sus simpatías no habían cambiado y que seguía identificado
            
            
              con la humanidad doliente. Estaba presentando delante de Dios los
            
            
              méritos de su sangre preciosa, estaba mostrándole sus manos y sus
            
            
              pies traspasados, para recordar el precio que había pagado por sus
            
            
              redimidos. Sabían que había ascendido al cielo para prepararles
            
            
              lugar y que volvería para llevarlos consigo.
            
            
              Al congregarse después de la ascensión, estaban ansiosos de pre-
            
            
              sentar sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne
            
            
              reverencia se postraron en oración repitiendo la promesa: “Todo
            
            
              cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no
            
            
              habéis pedido nada en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vues-
            
            
              tro gozo sea completo.
            
            
            
            
              Extendieron cada vez más alto la mano de
            
            
              la fe presentando este poderoso argumento: “¡Cristo Jesús es el que
            
            
              murió; más aún, el que fué levantado de entre los muertos; el que
            
            
              está a la diestra de Dios; el que también intercede por nosotros!
            
            
            
            
              El día de Pentecostés les trajo la presencia del Consolador, de
            
            
              quien Cristo había dicho: “Estará en vosotros.” Les había dicho
            
            
              además: “Os conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Conso-
            
            
              lador no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré.
            
            
            
            
              Y desde
            
            
              aquel día, mediante el Espíritu, Cristo iba a morar continuamente en
            
            
              el corazón de sus hijos. Su unión con ellos sería más estrecha que
            
            
              [75]
            
            
              cuando estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder
            
            
              de la presencia de Cristo resplandecían de tal manera por medio
            
            
              de ellos que los hombres, al mirarlos, “se maravillaban; y al fin los
            
            
              reconocían, que eran de los que habían estado con Jesús.
            
            
            
            
              Todo lo que Cristo fué para sus primeros discípulos desea serlo
            
            
              para sus hijos hoy, pues en su última oración, que elevó estando
            
            
              junto al pequeño grupo reunido en derredor suyo, dijo: “No ruego
            
            
              solamente por éstos, sino por aquellos también que han de creer en
            
            
              mí por medio de la palabra de ellos.
            
            
            
            
              Oró por nosotros y pidió
            
            
              que fuésemos uno con El, como El es uno con el Padre. ¡Cuán
            
            
              preciosa unión! El Salvador había dicho de sí mismo: “No puede el
            
            
              Hijo hacer nada de sí mismo;” “el Padre, morando en mí, hace las
            
            
              obras.
            
            
            
            
              Si Cristo está en nuestro corazón, obrará en nosotros “el
            
            
              querer como el hacer, por su buena voluntad.
            
            
            
            
              Obraremos como El
            
            
              obró; manifestaremos el mismo espíritu. Amándole y morando en