Página 57 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

El secreto del crecimiento
53
le recibió. Había ascendido en forma humana, y ellos sabían que
estaba delante del trono de Dios como Amigo y Salvador suyo,
que sus simpatías no habían cambiado y que seguía identificado
con la humanidad doliente. Estaba presentando delante de Dios los
méritos de su sangre preciosa, estaba mostrándole sus manos y sus
pies traspasados, para recordar el precio que había pagado por sus
redimidos. Sabían que había ascendido al cielo para prepararles
lugar y que volvería para llevarlos consigo.
Al congregarse después de la ascensión, estaban ansiosos de pre-
sentar sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne
reverencia se postraron en oración repitiendo la promesa: “Todo
cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no
habéis pedido nada en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vues-
tro gozo sea completo.
Extendieron cada vez más alto la mano de
la fe presentando este poderoso argumento: “¡Cristo Jesús es el que
murió; más aún, el que fué levantado de entre los muertos; el que
está a la diestra de Dios; el que también intercede por nosotros!
El día de Pentecostés les trajo la presencia del Consolador, de
quien Cristo había dicho: “Estará en vosotros.” Les había dicho
además: “Os conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Conso-
lador no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré.
Y desde
aquel día, mediante el Espíritu, Cristo iba a morar continuamente en
el corazón de sus hijos. Su unión con ellos sería más estrecha que
[75]
cuando estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder
de la presencia de Cristo resplandecían de tal manera por medio
de ellos que los hombres, al mirarlos, “se maravillaban; y al fin los
reconocían, que eran de los que habían estado con Jesús.
Todo lo que Cristo fué para sus primeros discípulos desea serlo
para sus hijos hoy, pues en su última oración, que elevó estando
junto al pequeño grupo reunido en derredor suyo, dijo: “No ruego
solamente por éstos, sino por aquellos también que han de creer en
mí por medio de la palabra de ellos.
Oró por nosotros y pidió
que fuésemos uno con El, como El es uno con el Padre. ¡Cuán
preciosa unión! El Salvador había dicho de sí mismo: “No puede el
Hijo hacer nada de sí mismo;” “el Padre, morando en mí, hace las
obras.
Si Cristo está en nuestro corazón, obrará en nosotros “el
querer como el hacer, por su buena voluntad.
Obraremos como El
obró; manifestaremos el mismo espíritu. Amándole y morando en