Página 56 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como
por el Espíritu del Señor.
Así fué como los primeros discípulos llegaron a asemejarse a
su amado Salvador. Cuando aquellos discípulos oyeron las palabras
de Jesús, sintieron su necesidad de El. Le buscaron, le encontraron
y le siguieron. Estaban con El en la casa, a la mesa, en los lugares
apartados, en el campo. Le acompañaban como era costumbre que
los discípulos siguiesen a un maestro, y diariamente recibían de sus
labios lecciones de santa verdad. Le miraban como los siervos a su
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señor, para aprender cuáles eran sus deberes. Aquellos discípulos
eran hombres sujetos “a las mismas debilidades que nosotros.
Tenían que reñir la misma batalla con el pecado. Necesitaban la
misma gracia para poder vivir una vida santa.
Aun Juan, el discípulo amado, el que más plenamente llegó a
reflejar la imagen del Salvador, no poseía por naturaleza esa belleza
de carácter. No sólo hacía valer sus derechos y ambicionaba honores,
sino que era impetuoso y se resentía bajo las injurias. Sin embargo,
cuando se le manifestó el carácter divino de Cristo, vió su propia
deficiencia y este conocimiento le humilló. La fortaleza y la pacien-
cia, el poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre que vió en
la vida diaria del Hijo de Dios, llenaron su alma de admiración y
amor. De día en día su corazón era atraído hacia Cristo, hasta que
en su amor por su Maestro perdió de vista su propio yo. Su genio
rencoroso y ambicioso cedió al poder transformador de Cristo. La
influencia regeneradora del Espíritu Santo renovó su corazón. El
poder del amor de Cristo transformó su carácter. Tal es el seguro
resultado de la unión con Jesús. Cuando Cristo mora en el corazón,
la naturaleza entera se transforma. El Espíritu de Cristo y su amor
enternecen el corazón, subyugan el alma y elevan los pensamientos
y deseos a Dios y al cielo.
Cuando Cristo ascendió a los cielos, el sentido de su presencia
permaneció con los que le seguían. Era una presencia personal,
impregnada de amor y luz. Jesús, el Salvador que había andado,
conversado y orado con ellos, que había dirigido a sus corazones
palabras de esperanza y consuelo, había sido llevado de su lado al
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cielo mientras les comunicaba un mensaje de paz, y los acentos
de su voz: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo,
les llegaban todavía cuando una nube de ángeles