Página 36 - El Conflicto Inminente (1969)

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El Conflicto Inminente
mismo es el enemigo que tienta al hombre y lo destruye luego si
puede; y cuando se ha adueñado de su víctima se alaba de la ruina
que ha causado. Si ello le fuese permitido prendería a toda la raza
humana en sus redes. Si no fuese por la intervención del poder
divino, ni hijo ni hija de Adán escaparían.
Hoy día Satanás está tratando de vencer a los hombres, como
venció a nuestros primeros padres, debilitando su confianza en el
Creador e induciéndoles a dudar de la sabiduría de su gobierno y
de la justicia de sus leyes. Satanás y sus emisarios representan a
Dios como peor que ellos, para justificar su propia perversidad y su
rebeldía. El gran seductor se esfuerza en atribuir su propia crueldad
a nuestro Padre celestial, a fin de darse por muy perjudicado con su
expulsión del cielo por no haber querido someterse a un soberano
tan injusto. Presenta al mundo la libertad de que gozaría bajo su
dulce cetro, en contraposición con la esclavitud impuesta por los
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severos decretos de Jehová. Es así como logra sustraer a las almas
de la sumisión a Dios.
¡Cuán repugnante a todo sentimiento de amor y de misericordia y
hasta a nuestro sentido de justicia es la doctrina según la cual después
de muertos los impíos son atormentados con fuego y azufre en un
infierno que arde eternamente, y por los pecados de una corta vida
terrenal deben sufrir tormentos por tanto tiempo como Dios viva!
Sin embargo, esta doctrina ha sido enseñada muy generalmente y se
encuentra aún incorporada en muchos de los credos de la cristiandad.
Muchos a quienes subleva la doctrina de los tormentos eternos
se lanzan al error opuesto. Ven que las Santas Escrituras representan
a Dios como un ser lleno de amor y compasión, y no pueden creer
que haya de entregar sus criaturas a las llamas de un infierno eterno.
Pero, como creen que el alma es de por sí inmortal, no ven otra
alternativa que sacar la conclusión de que toda la humanidad será
finalmente salvada. Muchos son los que consideran las amenazas de
la Biblia como destinadas tan sólo a amedrentar a los hombres para
que obedezcan y no como debiendo cumplirse literalmente. Así el
pecador puede vivir en placeres egoístas, sin prestar atención alguna
a lo que Dios exige de él, y esperar sin embargo que será recibido
finalmente en su gracia. Semejante doctrina que así especula con la
misericordia divina, pero ignora su justicia, agrada al corazón carnal
y alienta a los malos en su iniquidad.