Página 37 - El Conflicto Inminente (1969)

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El misterio de la inmortalidad
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Si fuese cierto que las almas de todos los hombres van directa-
mente al cielo en la hora de la disolución, entonces bien podríamos
anhelar la muerte antes que la vida. Esta creencia ha inducido a
muchas personas a poner fin a su existencia. Cuando está uno ano-
nadado por los cuidados, por las perplejidades y los desengaños,
parece cosa fácil romper el delgado hilo de la vida y lanzarse hacia
la bienaventuranza del mundo eterno.
Dios declara positivamente en su Palabra que castigará a los
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transgresores de su ley. Los que se lisonjean con la idea de que
es demasiado misericordioso para ejecutar su justicia contra los
pecadores, no tienen más que mirar a la cruz del Calvario. La muerte
del inmaculado Hijo de Dios testifica que “la paga del pecado es
muerte,” que toda violación de la ley de Dios debe recibir su justa
retribución. Cristo, que era sin pecado, se hizo pecado a causa del
hombre. Cargó con la culpabilidad de la transgresión y sufrió tanto,
cuando su Padre apartó su faz de él, que su corazón fué destrozado
y su vida aniquilada. Hizo todos esos sacrificios a fin de redimir al
pecador. De ningún otro modo habría podido el hombre libertarse de
la penalidad del pecado. Y toda alma que se niegue a participar de la
expiación conseguida a tal precio, debe cargar en su propia persona
con la culpabilidad y con el castigo por la transgresión.
¿Acaso podrían aquellos que han pasado su vida en rebelión
contra Dios ser transportados de pronto al cielo y contemplar el
alto y santo estado de perfección que allí se ve, donde toda alma
rebosa de amor, todo semblante irradia alegría, la música arrobadora
se eleva en acordes melodiosos en honor a Dios y al Cordero, y
brotan raudales de luz del rostro de Aquel que está sentado en el
trono e inundan a los redimidos? ¿Podrían acaso aquellos cuyos
corazones están llenos de odio hacia Dios y a la verdad y a la
santidad alternar con los ejércitos celestiales y unirse a sus cantos de
alabanza? ¿Podrían soportar la gloria de Dios y del Cordero?—No,
no; años de prueba les fueron concedidos para que pudiesen formar
caracteres para el cielo; pero nunca se acostumbraron a amar lo que
es puro; nunca aprendieron el lenguaje del cielo, y ya es demasiado
tarde. Una vida de rebelión contra Dios los ha inhabilitado para el
cielo. La pureza, la santidad y la paz que reinan allí serían para ellos
un tormento; la gloria de Dios, un fuego consumidor. Ansiarían huir
de aquel santo lugar. Desearían que la destrucción los cubriese de