Página 99 - El Conflicto Inminente (1969)

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Liberación y refugio para los justos
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Delante de la multitud de los redimidos se encuentra la ciudad
santa. Jesús abre ampliamente las puertas de perla, y entran por ellas
las naciones que guardaron la verdad. Allí contemplan el paraíso
de Dios, el hogar de Adán en su inocencia. Luego se oye aquella
voz, más armoniosa que cualquier música que haya acariciado jamás
el oído de los hombres, y que dice: “Vuestro conflicto ha termina-
do.” “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo.”
Entonces se cumple la oración del Salvador por sus discípulos:
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos
estén también conmigo.” A aquellos a quienes rescató con su sangre,
Cristo los presenta al Padre “delante de su gloria irreprensibles,
con grande alegría” (
Judas 24, VM
), diciendo: “¡Heme aquí a mí,
y a los hijos que me diste!” “A los que me diste, yo los guardé.”
¡Oh maravillas del amor redentor! ¡qué dicha aquella cuando el
Padre eterno, al ver a los redimidos verá su imagen, ya desterrada la
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discordia del pecado y sus manchas quitadas, y a lo humano una vez
más en armonía con lo divino!
Con amor inexpresable, Jesús admite a sus fieles “en el gozo
de su Señor.” El Salvador se regocija al ver en el reino de gloria
las almas que fueron salvadas por su agonía y humillación. Y los
redimidos participarán de este gozo, al contemplar entre los bien-
venidos a aquellos a quienes ganaron para Cristo por sus oraciones,
sus trabajos y sacrificios de amor. Al reunirse en torno del gran
trono blanco, indecible alegría llenará sus corazones cuando noten
a aquellos a quienes han conquistado para Cristo, y vean que uno
ganó a otros, y éstos a otros más, para ser todos llevados al puerto
de descanso donde depositarán sus coronas a los pies de Jesús y le
alabarán durante los siglos sin fin de la eternidad.
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema ma-
ravilloso de la redención. Con nuestra inteligencia limitada podemos
considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y la muer-
te, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la
mayor tensión de nuestras facultades mentales llegamos a compren-
der todo su significado. La largura y anchura, la profundidad y altura
del amor redentor se comprenden tan sólo confusamente. El plan de
la redención no se entenderá por completo ni siquiera cuando los
rescatados vean como serán vistos ellos mismos y conozcan como