Página 98 - El Conflicto Inminente (1969)

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El Conflicto Inminente
Los justos vivos son mudados “en un momento, en un abrir
de ojo.” A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son hechos
inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arrebatados
para recibir a Cristo su Señor en los aires. Los ángeles “juntarán sus
escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro.”
Santos ángeles llevan niñitos a los brazos de sus madres. Amigos, a
quienes la muerte tenía separados desde largo tiempo, se reúnen para
no separarse más, y con cantos de alegría suben juntos a la ciudad
de Dios.
En cada lado del carro nebuloso hay alas, y debajo de ellas,
ruedas vivientes; y mientras el carro asciende las ruedas gritan:
“¡Santo!” y las alas, al moverse, gritan: “¡Santo!” y el cortejo de los
ángeles exclama: “¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el Todopo-
deroso!” Y los redimidos exclaman: “¡Aleluya!” mientras el carro
se adelanta hacia la nueva Jerusalén.
Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus
discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias
de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en
forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey, cuya majestuosa
estatura sobrepasa en mucho a la de los santos y de los ángeles, y
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cuyo rostro irradia amor benigno sobre ellos. De un cabo a otro de
la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está fija en él,
todo ojo contempla la gloria de Aquel cuyo aspecto fué desfigurado
“más que el de cualquier hombre, y su forma más que la de los hijos
de Adam.”
Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia
diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lle-
va su propio “nombre nuevo” (
Apocalipsis 2:17
), y la inscripción:
“Santidad a Jehová.” A todos se les pone en la mano la palma de la
victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan
la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas,
produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes. Dicha
indecible estremece todos los corazones, y cada voz se eleva en
alabanzas de agradecimiento. “Al que nos amó, y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes
para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás.”
Apocalipsis 1:5, 6
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