Página 53 - Cartas a J

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Los padres pueden ser de ayuda
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estar dispuesto a aceptarlo. Estaba en gran perplejidad y preo-
cupación mental No puedo sino pensar que esto se te aplica a ti.
Este joven no estaba preparado en ningún sentido para asumir las
responsabilidades de un esposo o de una familia, y si esta unión se
formara ahora, traería como resultado una gran infelicidad
.
Ahora bien, hermano, mi consejo para ti es que entregues tu
mente y tus afectos a Dios y te coloques sobre el altar de Dios
.
Debes respetar el quinto mandamiento. Si este mandamiento se
hubiera respetado más de lo que lo ha sido—si los hijos hubieran
sido obedientes a sus padres, honrándolos—¡cuánto sufrimiento y
miseria se habrían ahorrado! La niña inexperta no puede discernir
qué es lo mejor para ella, ni cómo elegir sabiamente un compañero
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que hará su vida placentera y feliz; un matrimonio infeliz es la
mayor calamidad que pueda caer sobre ambos
.
Mi hermano, ¿examinarás tu corazón para ver si estás o no
en el amor de Dios? ¿Pesarás los sentimientos que han surgido
en ti contra el hermano Meyer porque él no puede convencerse de
consentir en que su hija se case contigo? Si estuvieras aprendiendo
en la escuela de Cristo a llevar su yugo, a compartir sus cargas, a
ser manso y humilde como Jesús, no intentarías imponer tu voluntad
y tus deseos en forma tan persistente
.
No te descalifiques por tu resolución de llevar adelante tus pun-
tos de vista a cualquier costo. Detente donde estás y pregúntate:
“¿Qué clase de espíritu me está controlando? ¿Estoy amando a
Dios con todo mi corazón? ¿Estoy amando a mi prójimo como a mí
mismo?
El primer deber que descansa sobre la hija del hermano Meyer
es el de obedecer a sus padres; de honrar a su padre y a su madre.
Podrá hacerlo si no mantienes su mente en un estado de agitación,
al punto de que ella no puede cumplir su deber para con sus padres
.
La madre necesita la ayuda de su hija, y cuando ella tenga
algunos años más comprenderá mejor cómo elegir un marido que
le proporcione una vida apacible y feliz. Una mujer que se somete
siempre a que se le dicte qué debe hacer en los asuntos más pequeños
de la vida doméstica, que renuncia a su identidad, nunca será de
mucha ayuda o bendición en el mundo y no logrará el propósito de
Dios para su existencia. Es una mera máquina para ser guiada por
la voluntad y la mente de otro. A cada uno, hombre y mujer, Dios le