Capítulo 21—La obra que debemos hacer para
nuestros hijos
Me Han sido mostradas las iglesias que están esparcidas en
diferentes localidades, y se me ha indicado que su fuerza depende de
su crecimiento en utilidad y eficiencia... En todas nuestras iglesias
debiera haber escuelas, y en éstas, maestros que sean misioneros. Es
esencial que éstos estén preparados para desempeñar bien su parte
en la obra importante de educar a los niños de los observadores del
sábado, no sólo en las ciencias, sino en las Escrituras. Estas escuelas,
establecidas en diferentes localidades, y bajo la dirección de hombres
y mujeres temerosos de Dios, según lo exija el caso, deben fundarse
sobre los mismos principios en que estaban edificadas las escuelas
de los profetas.
Es menester dedicar cuidado especial a la educación de los jóve-
nes. Los niños han de ser preparados para llegar a ser misioneros;
debe ayudárseles a comprender distintamente lo que tienen que ha-
cer para ser salvos. Pocos han recibido la instrucción esencial en
las cosas religiosas. Si los instructores tienen experiencia religiosa,
podrán comunicar a sus alumnos el conocimiento del amor de Dios
que ellos mismos han recibido. Estas lecciones pueden ser imparti-
das únicamente por los que son verdaderamente convertidos. Esta es
la obra misionera más noble que cualquier hombre o mujer pueda
emprender.
Cuando los niños son aún muy tiernos, se les debe enseñar a
leer, a escribir, a comprender los Números, y a llevar sus propias
cuentas. Pueden avanzar paso a paso en este conocimiento. Pero
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ante todo, debe enseñárseles que el temor de Jehová es el principio
de la sabiduría. Debe educárselos renglón tras renglón, precepto
tras precepto, un poco aquí y un poco allí; pero el único blanco del
maestro debe ser educarlos para que conozcan a Dios, y a Jesucristo
a quien él envió.
Enseñad a los jóvenes que el pecado de cualquier clase está
definido en las Escrituras como “transgresión de la ley”
1 Juan 3:4
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