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La reverencia por lo que es santo
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hombres, y se lo hace tema de liviandad. ¡Sólo los libros del cielo
revelarán qué impresiones hacen sobre los jóvenes estas observacio-
nes descuidadas e irreverentes! Los niños ven y comprenden estas
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cosas mucho más rápidamente de lo que pueden pensar los padres.
Sus sentidos morales quedan mal encauzados, cosa que el tiempo
nunca podrá cambiar completamente. Los padres se lamentan por la
dureza de corazón de sus hijos, y por lo difícil que es despertar su
sensibilidad moral para que respondan a los requerimientos de Dios.
Pero los libros del cielo llevan, anotada por una pluma que no se
equivoca, la verdadera causa. Los padres no estaban convertidos. No
estaban en armonía con el cielo ni con la obra del cielo. Sus ideas
bajas y comunes del carácter sagrado del ministerio y del santuario
de Dios se reprodujeron en la educación de sus hijos. Es de dudar
que alguno que haya estado durante años bajo la influencia ago-
tadora de tal instrucción doméstica pueda ya tener una reverencia
sensible y alta consideración por el ministerio de Dios y por los
agentes que él designó para la salvación de las almas. Debemos
hablar de estas cosas con reverencia, con lenguaje decoroso y deli-
cada susceptibilidad, a fin de demostrar a todos los que se asocian
con nosotros que consideramos el mensaje de los siervos de Dios
como mensaje dirigido a nosotros por Dios mismo.—
Joyas de los
Testimonios 2:199, 200
.
Practicad la reverencía hasta que se haga habitual
—En la
juventud de este siglo se necesita mucho la reverencia. Estoy alar-
mada cuando veo a los niños y jóvenes de padres religiosos tan
descuidados en cuanto al orden y decoro que debieran observarse en
la casa de Dios. Mientras los siervos de Dios están presentando las
palabras de vida a la congregación, algunos leen, otros murmuran
y ríen. Sus ojos están pecando al distraer la atención de los que los
rodean. Este hábito crecerá e influirá en otros, si se permite que
continúe sin ser frenado.
Los niños y jóvenes nunca debieran sentir que es algo para enor-
gullecerse el ser indiferentes y descuidados en las reuniones donde
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se adora a Dios. Dios ve cada pensamiento o acción irreverente, y se
registra en los libros del cielo. El dice: “Conozco tus obras”. Nada
está oculto de su ojo que todo lo escudriña. Si habéis formado, en
cualquier grado que fuera, el hábito de no prestar atención y de ser
indiferentes en la casa de Dios, ejerced las facultades que tenéis para