Página 34 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Cristo Nuestro Salvador
Juan habló luego de la señal que se había visto durante el bautis-
mo de Cristo, y añadió: “Yo lo he visto, y he dado testimonio que
éste es el Hijo de Dios.”
Juan 1:29, 34
.
Con reverencia y admiración, los oyentes miraron a Jesús pre-
guntándose unos a otros: ¿Es éste el Mesías?
Vieron que Jesús no ostentaba las características de los ricos o
grandes de este mundo. Su vestidura era común y sencilla como la
que llevaban los pobres. Pero en su rostro pálido y ansioso había algo
que tocó sus corazones. En ese rostro vieron dignidad y autoridad, y
cada mirada, cada facción de su semblante, hablaba de compasión
divina y de amor indecible.
Sin embargo, los mensajeros de Jerusalén no se sintieron atraídos
hacia el Salvador. Juan no había dicho lo que les hubiera gustado oír.
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Esperaban que el Mesías viniera como gran conquistador. Vieron
que no era ésta la misión de Jesús, y disgustados se apartaron de él.
Al día siguiente, Juan vió a Jesús otra vez y volvió a decir:
“¡He aquí el Cordero de Dios!” Al oír esto, dos discípulos de Juan
siguieron a Jesús. Prestaron oído a sus enseñanzas y se hicieron
discípulos suyos. Uno de ellos fué Andrés, y el otro Juan.
Pronto llevó Andrés a su hermano Simón a Jesús, el cual le
llamó Pedro. El día siguiente, mientras se dirigían camino de Galilea,
Cristo llamó a otro discípulo, a Felipe. Tan pronto como Felipe halló
al Salvador, trajo a su amigo Natanael.
Así empezó la gran obra de Cristo en la tierra. Uno tras otro
llamó a sus discípulos, y uno de éstos trajo a su hermano y otro a
su amigo. Esto es lo que cada discípulo de Cristo debe hacer. Tan
pronto como él mismo conozca a Jesús debe decir a los demás cuán
valioso amigo halló en él. Esta es la obra que todos, viejos y jóvenes,
pueden hacer.
En Caná de Galilea, Cristo y sus discípulos asistieron a unas
bodas. En ellas usó Jesús de su poder maravilloso para beneficiar a
la reunión familiar.
En aquel país, era costumbre tomar vino en semejantes ocasiones.
Antes de que concluyera la fiesta, se acabó el vino. La falta de vino
en una fiesta equivalía a falta de hospitalidad, lo cual se consideraba
como gran deshonra.