Página 38 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Las enseñanzas de Jesús
Entre los judíos la religión había llegado a ser poco más que
una serie de ceremonias. Conforme se fueron apartando del culto
verdadero de Dios y perdiendo el poder espiritual de su Palabra,
fueron añadiendo ceremonias y tradiciones de su propia invención.
Sólo la sangre de Cristo puede limpiar del pecado, y sólo el
poder divino puede guardar a los hombres de pecar. Pero los judíos
confiaban en sus propias obras y en las ceremonias de su religión
para ganar la salvación. Debido a su apego a estas ceremonias se
creían justos y dignos de ocupar un puesto en el reino de Dios.
Pero sus esperanzas se cifraban en las grandezas del mundo.
Ambicionaban riquezas y poder, y esperaban conseguirlos como
recompensa de su fementida piedad.
Esperaban que el Mesías establecería su reino en la tierra para
reinar como príncipe poderoso entre los hombres, y que cuando
viniera recibirían todas las bendiciones mundanales.
Jesús sabía que estas esperanzas tenían que ser frustradas. Había
venido para enseñarles algo mucho mejor de lo que ellos buscaban.
Había venido a restaurar el verdadero culto de Dios, a traer
una religión pura y verdadera, procedente del corazón, que debía
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manifestarse en una vida pura y un carácter santo.
En el admirable sermón sobre el monte explicó lo que Dios
considera como más precioso, y lo que da felicidad verdadera.
Los discípulos del Salvador habían sentido la influencia de lo
que enseñaban los rabinos; y fué en primer lugar a ellos a quienes
Cristo dirigió sus lecciones. Lo que él les enseñó es también para
nosotros. Necesitamos aprender las mismas lecciones.
“Bienaventurados los pobres en espíritu,” dijo Cristo.
Mateo 5:3
.
Los pobres de espíritu son los que reconocen su propia condición
pecaminosa y la necesidad que tienen de ayuda. Saben que de sí
mismos no pueden hacer nada bueno. Desean la ayuda de Dios, y a
éstos es a quienes el Padre da sus bendiciones.
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