Página 52 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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La entrada en Jerusalén
Jesús se iba acercando a Jerusalén para pasar allí la fiesta de
la pascua. Iba rodeado de las multitudes que subían también para
celebrar en la capital esta gran fiesta anual.
Por orden suya dos de sus discípulos trajeron un pollino de asna
para que montado en él entrara en Jerusalén. Pusieron sus mantos
encima del pollino y colocaron a su Maestro sobre él.
Cuando la multitud le vió sentado así, prorrumpió en gritos de
triunfo que llenaban el aire. Le aclamaron como al Mesías, su Rey.
Hacía más de quinientos años que el profeta había predicho este
acontecimiento, con las palabras siguientes:
“¡Regocíjate en gran manera, oh hija de Sión! ...he aquí que
viene a ti tu rey...humilde, y cabalgando sobre un asno, es decir,
sobre un pollino, hijo de asna.”
Zacarías 9:9
.
La multitud crecía rápidamente y todos se sentían conmovidos
y alegres. No podían ofrecerle valiosos dones, pero tendieron sus
mantos como alfombra en su camino.
Arrancaron hermosas ramas de olivos y palmeras y las esparcie-
ron ante su paso. Se les figuraba que estaban escoltando a Jesús para
que tomara posesión del trono de David en Jerusalén.
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[74]
Nunca antes había permitido el Salvador que sus adherentes le
tributasen honores como a un rey. Pero en aquella ocasión quería
manifestarse al mundo de una manera especial, como su Redentor.
El Hijo de Dios iba a ser sacrificado por los pecados del hombre.
Su muerte había de ser para su iglesia, en todas las edades futuras,
objeto de profunda meditación y cuidadoso estudio. Era preciso, por
lo tanto, que las miradas de todos los pueblos fueran atraídas hacia
él.
Después de semejantes demostraciones, su juicio, condenación
y crucifixión no podrían ya ser ocultados al mundo. Era el designio
de Dios que todos los acontecimientos de los últimos días de la vida
del Salvador fuesen tan notorios y destacados que no hubiera poder
capaz de relegarlos al olvido.
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