Página 57 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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“¡Quitad estas cosas de aquí!”
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Acto continuo se llenó el atrio del templo con los que traían a sus
enfermos y desvalidos para ser curados por Jesús. Algunos estaban
ya moribundos. Estos pobres afligidos sentían su gran necesidad.
Dirigían sus miradas al semblante de Cristo, con el temor de ver
en él la severidad con que acababa de arrojar de aquel lugar a los
que compraban y vendían; pero sólo vieron en sus facciones amor y
tierna compasión.
Jesús recibía a los enfermos con bondad, y las enfermedades y
dolencias desaparecían al contacto de su mano. Tomaba tiernamente
a los niños en sus brazos, calmaba sus quejidos, y desterraba de sus
cuerpecitos el malestar y las enfermedades, devolviéndolos luego a
sus madres, sonrientes y rebosantes de salud.
¡Qué hermosa escena aquella que se les presentó a los sacer-
dotes y gobernantes cuando volvieron cautelosamente al templo!
Contemplaron a los enfermos que Cristo había sanado, a los ciegos
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a quienes había devuelto la vista; los sordos oían ya, y los que antes
estaban cojos, ahora saltaban de alegría. Escucharon las voces de
hombres, mujeres y niños que alababan a Dios.
Y los niños eran los que desempeñaban el papel principal en el
alborozo general. Repetían los hosannas del día anterior y agitaban
palmas ante el Salvador. El templo resonaba con sus voces:
“¡Hosanna al Hijo de David!”
“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
Mateo 21:9
.
“He aquí que viene a ti tu rey, justo y victorioso.”
Zacarías 9:9
.
Los príncipes, trataron de acallar el clamor de aquellos alegres
niños, pero tan llenos de gozo estaban y tan deseosos de ensalzar las
maravillosas obras de Jesús, que no quisieron callar.
Los gobernantes se dirigieron entonces al Salvador mismo, pen-
sando que él les mandaría que callasen. Le dijeron:
“¿Oyes lo que éstos están diciendo?”
Jesús les contestó: “Sí; ¿nunca habéis leído esto: De la boca de
los pequeñitos, y de los que maman, has perfeccionado la alabanza?”
El bendito privilegio de anunciar el nacimiento de Cristo y de
promover su obra en la tierra había sido desechado por los altivos
príncipes del pueblo.
Era preciso que resonaran las alabanzas de Dios, y para ello
fueron escogidos los niños. Si hubiera sido posible ahogar las voces