Página 69 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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La traición y el arresto
Ninguna huella del sufrimiento por el cual acababa de pasar se
notaba en el rostro del Salvador cuando salió a recibir al que le iba a
entregar. Adelantándose a sus discípulos, preguntó a la turba:
“¿A quién buscáis?”
“¡A Jesús el Nazareno!” le contestaron.
Jesús dijo: “Yo soy.”
Juan 18:4, 5
.
Al decir él estas palabras, el ángel que le había auxiliado hacía
poco se interpuso entre él y la multitud. Una luz celestial iluminó el
rostro del Salvador y una figura como de paloma descendió sobre él.
Aquella gente homicida no pudo soportar el resplandor divino.
Retrocedieron bruscamente, y los sacerdotes, ancianos y soldados
cayeron al suelo como muertos.
El ángel se retiró, desapareció la luz; Jesús habría podido escapar,
pero permaneció allí sereno y tranquilo. Sus discípulos estaban
demasiado azorados para decir una palabra.
Pronto se rehicieron los soldados romanos; y luego con los
sacerdotes y Judas rodearon a Jesús. Parecían avergonzados de la
debilidad que habían manifestado y temían que Jesús se les escapara.
Otra vez preguntó el Redentor: “¿A quién buscáis?”
Volvieron a responder: “¡A Jesús el Nazareno!” Entonces les
dijo el Salvador: “Os dije ya que yo soy; si pues me buscáis a mí,
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dejad [añadió refiriéndose a sus discípulos] que se vayan éstos.”
Juan
18:7, 8
.
En aquella hora terrible, Cristo pensaba tan sólo en sus amados
discípulos. No quería que sufrieran aunque él tuviera que ir a la
cárcel y a la muerte.
Judas, el discípulo falso, no se olvidó del papel que tenía que
representar. Acercándose a Jesús le dió el beso traidor.
El Señor le dijo: “Amigo, cumple aquello a que vienes.”
Mateo
26:50
. Y luego con voz temblorosa agregó: “Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?”
Lucas 22:48
.
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