Página 88 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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El Calvario
Jesús fué arrastrado apresuradamente al Calvario entre los gritos
y mofas de la multitud. Cuando salió del pretorio, le pusieron sobre
los doloridos y ensangrentados hombros la pesada cruz que había
sido preparada para Barrabás. Hicieron cargar cruces también a los
ladrones, quienes debían sufrir la muerte al mismo tiempo que Jesús.
La carga era demasiada para el Salvador que se encontraba muy
débil. A los pocos pasos, cayó desfalleciente bajo el peso de la cruz.
Cuando se hubo repuesto algo, volvieron a ponerle la cruz enci-
ma. Anduvo otros cuantos pasos más y volvió a caer exánime. Sus
perseguidores comprendieron entonces que le era imposible seguir
adelante con aquel peso, y no sabían quién estaría dispuesto a llevar
esa carga tan humillante.
En aquellos momentos vieron venir a Simón, cireneo, y tomán-
dole le obligaron a llevar la cruz hasta el Calvario.
Los hijos de Simón eran discípulos de Jesús, pero Simón mismo
no había aceptado al Salvador. Posteriormente tuvo siempre por
motivo de gratitud el haber tenido que llevar la cruz del Redentor.
De ese modo, la carga que le obligaron a llevar fué el medio de su
conversión. Los acontecimientos del Calvario y las palabras que allí
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pronunció Jesús, hicieron que Simón le aceptara como Hijo de Dios.
Al llegar al lugar de la crucifixión, los reos fueron sujetados a
los instrumentos del tormento. Los dos ladrones que fueron llevados
con Jesús, forcejearon con quienes los amarraban a la cruz; pero el
Salvador no opuso ninguna resistencia.
La madre de Jesús le había seguido en aquel terrible camino
hacia el Calvario. Anhelaba socorrerle cuando le vió caer bajo su
carga, pero ese privilegio no le fué concedido.
A cada instante esperaba ver en Jesús alguna manifestación del
poder que Dios le había dado, y que lo libertaría de aquella turba
asesina. Y ahora que había llegado la última escena de la tragedia y
que veía a los dos ladrones atados a la cruz, ¡qué agonía de dudas y
temor no debía sufrir!
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