Página 92 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Cristo Nuestro Salvador
Repentinamente se desvanecieron las tinieblas que rodeaban la
cruz, y con acentos claros, como de trompeta, que parecían resonar
por la creación entera, Jesús clamó:
“¡Cumplido está!”
Juan 19:30
. “¡Padre, en tus manos encomien-
do mi espíritu!”
Lucas 23:46
.
Una aureola luminosa rodeó la cruz y el rostro del Salvador brilló
como el sol. Luego inclinó la cabeza y expiró.
La multitud que rodeaba la cruz parecía estar paralizada y casi
sin aliento contemplaba al Salvador. Volvieron las tinieblas, y oyóse
un rumor como de lejanos pero formidables truenos.
Sintióse un sacudimiento de la tierra, y la gente cayó amonto-
nada; siguió una escena de indescriptible terror y confusión. De los
cercanos montes se desprendieron grandes peñascos que se precipi-
taron rodando hasta el fondo de los valles. Los sepulcros se abrieron,
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y muchos de los muertos fueron arrojados fuera. Toda la creación
parecía hacerse añicos. Sacerdotes, gobernantes, soldados y gente
del pueblo yacían en el suelo mudos de terror.
En el momento mismo de la muerte de Cristo algunos sacerdotes
estaban oficiando en el templo de Jerusalén. Sintieron la sacudida, y
en el acto el velo del templo, que separaba el lugar santo del lugar
santísimo, fué rasgado de arriba abajo por aquella mano misteriosa
que escribiera la sentencia sobre las paredes del palacio de Belsa-
sar. El lugar santísimo del santuario terrenal ya no era sagrado; la
presencia de Dios no volvería a brillar sobre el propiciatorio; ya no
volvería a manifestarse el agrado o el desagrado del Altísimo por
medio del brillo o de la sombra en las joyas del pectoral del sumo
sacerdote.
Desde aquel momento quedaba ya sin valor alguno la sangre de
los corderos que eran ofrecidos en el templo; el Cordero de Dios, al
morir, había consumado el sacrificio aceptable por los pecados del
mundo.
Al morir en la cruz del Calvario, Cristo abrió un camino viviente
y nuevo tanto para los gentiles como para los judíos.
Los ángeles se regocijaron cuando el Salvador clamó: “¡Cum-
plido está!” Comprendieron que el grandioso plan de la redención
sería un hecho y que mediante una vida de obediencia los hijos de
Adán podrían elevarse finalmente hasta la presencia de Dios.
Satanás quedó derrotado y supo que había perdido su imperio.
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