El semblante es un índice del carácter
Los maestros de las diferentes clases deberían tener a cada niño
en su corazón y bajo su especial cuidado.
Es imposible hacer esta obra para lo presente y para la eternidad,
a menos que el maestro tenga comunión íntima con Dios. Jesús ha
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dicho: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que
en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de
mí.” No fomentéis una manera superficial de investigar la verdad.
Haced que cada punto de la verdad sea claro y distinto para el
entendimiento de los niños. No aglomeréis de una vez sobre sus
mentes una acumulada cantidad de asuntos. La preciosa Palabra de
Dios ha de ser una lámpara para su senda, y una luz para sus pies.
Impresionad sus mentes con el pensamiento de que es un privilegio
andar en la luz. Es el camino de paz, pureza y santidad, trazado para
que avancen por él los redimidos del Señor. Cristo ha mostrado este
camino; él es el verdadero pastor; siguiéndole, se evitan las sendas
descarriadas y las trampas peligrosas.
De la Palabra de Dios han de aprender que todos los que entren
en el cielo deben tener un carácter perfecto; porque al tenerlo, se
encontrarán con su Señor en paz. Muchos niños y jóvenes llevan
estampado su carácter en su semblante. Llevan la historia de su vida
en las facciones del rostro. Los obreros verdaderos deberían imprimir
en la mente de los niños un carácter hermoso, puro, semejante al
de Cristo, que transfigure el semblante. Si Cristo es el principio
permanente del corazón, podréis leer pureza, refinamiento, paz y
amor en las facciones del rostro. En otros semblantes un carácter
malo exhibe su letrero; se hallan allí expresados el egoísmo, la
astucia, el engaño, la falsedad, la enemistad y los celos. ¡Cuán difícil
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es que la verdad impresione el corazón y el semblante de tales
caracteres!
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