Página 52 - Consejos Sobre la Obra de la Escuela Sabatica (1992)

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Estudio acompañado de oración
Debemos ejercer todas las facultades de la mente en el estudio
de las Escrituras, y aguzar el entendimiento para comprender, en la
medida en que lo pueden hacer los mortales, las cosas profundas
de Dios; sin embargo, no debemos olvidar que la docilidad y la
sumisión de un niño son el verdadero espíritu del que aprende.
Las dificultades que se hallan en las Escrituras nunca pueden ser
dominadas por los mismos métodos que se emplean al luchar con
problemas filosóficos. No debemos empeñarnos en el estudio de
la Biblia con un espíritu de dependencia propia, con el cual tantos
entran en los dominios de la ciencia, sino con oración y dependencia
de Dios, y con un sincero deseo de conocer su voluntad. Debemos
venir con espíritu humilde y susceptible para obtener conocimiento
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del gran YO SOY. De otra manera, los ángeles malos cegarán de tal
modo nuestra mente, endurecerán de tal suerte nuestro corazón, que
no seremos impresionados por la verdad.
Más de una porción de las Escrituras que los hombres eruditos
consideran un misterio, o pasan por alto sin atribuirle importancia,
está llena de consuelo y de instrucción para aquel que ha aprendido
en la escuela de Cristo. Una razón por la cual muchos teólogos no
tienen una comprensión más clara de la Palabra de Dios, es que cie-
rran sus ojos a las verdades que no desean practicar. La comprensión
de la verdad bíblica depende no tanto del poder del intelecto con que
se ha abordado la investigación, como de la sinceridad de propósito
y del anhelo ferviente de justicia.
Nunca debe estudiarse la Biblia sin oración. Sólo el Espíritu
Santo puede hacernos sentir la importancia de aquellas cosas fáciles
de comprender, o prevenirnos de torcer verdades difíciles de com-
prender. Es el oficio de los ángeles celestiales preparar el corazón
para entender la Palabra de Dios a fin de que seamos embelesados
con su hermosura, amonestados por sus advertencias, o animados
y fortalecidos por sus promesas. Debemos hacer nuestra la oración
del Salmista: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” Las
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