Página 103 - Consejos para la Iglesia (1991)

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“Heme aquí, señor, envíame a mí”
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guecidos y deslumbrados por el poder de Satanás, ya no tienen la
eternidad en cuenta. Miles de hombres ricos han bajado a la tumba
sin ser amonestados, porque se les juzgó por la apariencia y se los
pasó por alto como casos sin esperanza. Pero, por indiferentes que
parezcan, se me ha mostrado que muchos miembros de esta clase
sienten preocupaciones en su alma. Hay miles de ricos que sienten
hambre de alimento espiritual. Muchos de los que ocupan cargos
oficiales sienten su necesidad de algo que no poseen. Pocos de entre
ellos van a la iglesia; porque no les parece que reciban beneficio. La
enseñanza que oyen no conmueve el alma. ¿No haremos un esfuerzo
personal en su favor?
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Algunos preguntarán: ¿No podemos alcanzarlos con las publi-
caciones? Son muchos aquellos a quienes no se puede alcanzar de
esta manera. Lo que necesitan es un esfuerzo personal. ¿Habrán de
perecer sin advertencia especial? No era así en los tiempos antiguos.
Los siervos de Dios eran enviados a decir a los que ocupaban cargos
elevados que podían hallar paz y descanso solamente en el Señor
Jesucristo.
La Majestad del cielo vino a nuestro mundo para salvar a la
humanidad perdida y caída. Sus esfuerzos incluían no solamente
a los parias, sino también a los que ocupaban puestos de alto ho-
nor. El trabajó inteligentemente para tener acceso a las almas de
las clases superiores que no conocían a Dios y no guardaban sus
mandamientos.
La misma obra se continuó después de la ascensión de Cristo.
Mi corazón se enternece mucho al leer el interés manifestado por
el Señor en Cornelio. Este era hombre de alta posición, oficial del
ejército romano, pero seguía estrictamente toda la luz que había
recibido. El Señor le mandó un mensaje especial del cielo, y en otro
mensaje indicó a Pedro que le visitara y le diese luz. Debiera propor-
cionarnos gran estímulo en nuestra obra el pensar en la compasión
y el tierno amor de Dios hacia aquellos que están buscando luz y
orando por ella.
Muchos me han sido representados como Cornelio, es decir hom-
bres a quienes Dios desea relacionar con su iglesia. Sus simpatías
acompañan al pueblo que observa los mandamientos del Señor. Pero
son retenidos firmemente por los vínculos que los atan al mundo.
No tienen el valor moral de colocarse con los humildes. Debemos
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