Página 111 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La creencia en un Dios personal
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total de la promesa que les había hecho Cristo de que les mostraría
claramente al Padre. Así es hoy. Nuestro conocimiento de Dios es
parcial e imperfecto. Cuando termine el conflicto y el Hombre Cristo
Jesús reconozca ante el Padre a sus obreros fieles, que en un mundo
de pecado testificaron fielmente por él, comprenderán claramente
las cosas que son ahora misterios para ellos.
Cristo llevó consigo a los atrios celestiales su humanidad glori-
ficada. A los que le reciban, les da poder para llegar a ser hijos de
Dios, para que al fin Dios pueda recibirlos como suyos, para que
moren con él a través de toda la eternidad. Si durante esta vida son
leales a Dios, al fin “verán su rostro; y su nombre estará en sus
frentes”.
Apocalipsis 22:4
. ¿Qué es la felicidad del cielo si no es ver
a Dios? ¿Qué mayor gozo puede obtener el pecador salvado por la
gracia de Cristo que el de mirar el rostro de Dios y conocerle como
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Padre?
El interés individual que Dios tiene en sus hijos
Las Escrituras indican claramente la relación que hay entre Dios
y Cristo, y hacen resaltar muy claramente la personalidad individual
de cada uno.
Dios es el Padre de Cristo; Cristo es el Hijo de Dios. A Cristo
ha sido dada una posición exaltada. Ha sido hecho igual al Padre.
Todos los consejos de Dios están abiertos para su Hijo.
Esta unidad se expresa también en el (
capítulo 17
) de Juan, en la
oración de Cristo por sus discípulos:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que
han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno;
como tú oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que
me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos
uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para
que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a
ellos como también a mí me has amado”.
Juan 17:20-23
.
¡Admirable declaración! La unidad que existe entre Cristo y sus
discípulos no destruye la personalidad de ninguna de las partes. Son
uno en propósito, en mente, en carácter, pero no en persona. Así es
como Dios y Cristo son uno.