Página 115 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Los cristianos deben representar a Dios
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Muchos fijan los ojos en la terrible perversidad que existe en
derredor de ellos, la apostasía y la debilidad que hay por todas partes,
y hablan de estas cosas hasta que su corazón está lleno de tristeza
y duda. Hacen predominar ante sus mentes la obra magistral del
gran engañador, se espacian en los rasgos desalentadores de su
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experiencia, al par que parecen perder de vista el poder y el amor
sin par del Padre celestial. Todo esto está conforme con la voluntad
de Satanás. Es un error pensar en el enemigo de la justicia como
revestido de poder tan grande, cuando nos espaciamos tan poco
en el amor de Dios y en su poder. Debemos hablar del poder de
Cristo. Somos completamente impotentes para rescatarnos de las
garras de Satanás; pero Dios ha señalado una vía de escape. El Hijo
del Altísimo tiene fuerza para pelear la batalla por nosotros; y por
“Aquel que nos amó”, podemos hacer “más que vencer”.
Romanos
8:37
.
No obtenemos fuerza espiritual si sólo pensamos en nuestras
debilidades y apostasías y lamentamos el poder de Satanás. Esta gran
verdad debe ser establecida como principio vivo en nuestra mente y
corazón: la eficacia de la ofrenda hecha en favor nuestro; que Dios
puede salvar hasta lo sumo a cuantos acuden a él cumpliendo las
condiciones especificadas en su Palabra. Nuestra obra consiste en
poner nuestra voluntad de parte de la voluntad de Dios. Luego, por
la sangre de la expiación, llegamos a ser partícipes de la naturaleza
divina; por Cristo somos hijos de Dios, y tenemos la seguridad de
que Dios nos ama así como amó a su Hijo. Somos uno con Jesús.
Vamos adonde Cristo nos conduce; él tiene poder para disipar las
densas sombras que Satanás arroja sobre nuestra senda; y en lugar
de las tinieblas y el desaliento, brilla el sol de su gloria en nuestro
corazón.
Hermanos y hermanas, contemplando es como somos transfor-
mados. Espaciándonos en el amor de Dios y de nuestro Salvador,
admirando la perfección del carácter divino y apropiándonos la jus-
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ticia de Cristo por la fe, hemos de ser transformados a su misma
imagen. Por lo tanto, no reunamos todos los cuadros desagradables,
las iniquidades, las corrupciones y los desalientos, evidencias del
poder de Satanás, para grabarlos en nuestra memoria, para hablar
de ellos y lamentarlos hasta que nuestras almas estén llenas de des-
aliento. Un alma desalentada está en tinieblas, y no sólo deja de