Página 174 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Consejos para la Iglesia
sus opiniones cambien, cuando usted responda a las exigencias de
Dios y aprenda a amar a mi Salvador, podremos reanudar nuestras
relaciones”.
El creyente hace así por Cristo un sacrificio que su conciencia
aprueba, y demuestra que aprecia demasiado la vida eterna para
correr el riesgo de perderla. Siente que sería mejor permanecer
soltero que ligar sus intereses para toda la vida a una persona que
prefiere el mundo a Cristo, y que le apartaría de su cruz.
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Es mejor romper un compromiso imprudente
Sólo en Cristo puede formarse una unión matrimonial feliz.
El amor humano debe fundar sus más estrechos lazos en el amor
divino. Sólo donde reina Cristo puede haber cariño profundo, fiel y
abnegado
Aun cuando haya aceptado el compromiso sin una plena com-
prensión del carácter de la persona con la cual pensaba unirse, no
crea usted que ese compromiso la obliga a asumir los votos matri-
moniales y a unirse para toda la vida con alguien a quien no puede
amar ni respetar. Tenga mucho cuidado con respecto a aceptar com-
promisos condicionales; pero es mejor, sí, mucho mejor, romper
el compromiso antes del casamiento que separarse después, como
hacen muchos.
Tal vez usted diga: “Pero yo he dado mi promesa, ¿debo retrac-
tarme de ella?” Le contesto: Si usted ha hecho una promesa contraria
a las Sagradas Escrituras, por lo que más quiera retráctela sin dila-
ción, y con humildad delante de Dios arrepiéntase de la infatuación
que la indujo a hacer una promesa tan temeraria. Es mucho mejor
retirar una promesa tal, en el temor de Dios, que cumplirla y por ello
deshonrar a su Hacedor.
Cada paso dado hacia el matrimonio debe ser acompañado de
modestia, sencillez y sinceridad, así como del serio propósito de
agradar y honrar a Dios. El matrimonio afecta la vida ulterior en
este mundo y en el venidero. El cristiano sincero no hará planes que
Dios no pueda aprobar
El corazón anhela amor humano, pero este amor no es bastante
fuerte, ni puro, ni precioso para reemplazar al amor de Jesús. Úni-
camente en su Salvador puede la esposa hallar sabiduría, fuerza y
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