Página 173 - Consejos para la Iglesia (1991)

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No se case con un incrédulo
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un gozo hablar de su fe y esperanza, pero luego llegan a no tener
deseo de mencionar el asunto, sabiendo que la persona a la cual han
ligado su destino no se interesa en ello. Como resultado, la fe en la
preciosa verdad muere en el corazón, y Satanás teje insidiosamente
en derredor de ellos una tela de escepticismo.
“¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?” “Si dos de
vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa
que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”.
¡Pero cuán extraño es el espectáculo! Mientras una de las personas
tan íntimamente unidas se dedica a la oración, la otra permanece
indiferente y descuidada; mientras una busca el camino que lleva al
cielo y a la vida eterna, la otra se encuentra en el camino ancho que
lleva a la muerte.
Centenares de personas han sacrificado a Cristo y el cielo al
casarse con personas inconversas. ¿Pueden conceder tan poco valor
al amor y la comunión de Cristo que prefieren la compañía de pobres
mortales? ¿Estiman tan poco el cielo que están dispuestos a arries-
gar sus goces uniéndose con una persona que no ama al precioso
Salvador?
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La respuesta cristiana al no creyente
¿Qué debe hacer todo creyente cuando se encuentra en esa peno-
sa situación que prueba la integridad de los principios religiosos?
Con firmeza digna de imitación debe decir francamente: “Soy cris-
tiano a conciencia. Creo que el séptimo día de la semana es el día de
reposo bíblico. Nuestra fe y principios son tales que van en direc-
ciones opuestas. No podemos ser felices juntos, porque si yo sigo
adelante para adquirir un conocimiento más perfecto de la voluntad
de Dios, llegaré a ser más diferente del mundo y semejante a Cristo.
Si usted continúa no viendo hermosura en Cristo ni atractivos en la
verdad, amará al mundo, al cual yo no puedo amar. Las cosas espiri-
tuales se disciernen espiritualmente. Sin discernimiento espiritual
usted no podrá ver los derechos que Dios tiene sobre mí, ni podrá
comprender mis obligaciones hacia el Maestro a quien sirvo; por lo
tanto, le parecerá que yo le descuido por los deberes religiosos. Us-
ted no será feliz, sentirá celos por el afecto que entrego a Dios, y yo
igualmente me sentiré aislado por mis creencias religiosas. Cuando