Página 181 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 21—Un matrimonio feliz y de éxito
Dios ordenó que hubiese perfecto amor y armonía entre los que
asumen la relación matrimonial. Comprométanse los novios, en
presencia del universo celestial, a amarse mutuamente como Dios
ordenó que se amen. La esposa ha de respetar y reverenciar a su
esposo, y el esposo ha de amar y proteger a su esposa.
Al comenzar la vida conyugal, tanto los hombres como las mu-
jeres deben consagrarse de nuevo a Dios.
Por mucho cuidado y prudencia con que se haya contraído el
matrimonio, pocas son las parejas que han llegado a la perfecta
unidad al realizarse la ceremonia de casamiento. La unión verdadera
de ambos cónyuges es obra de los años subsiguientes.
Cuando la pareja recién casada afronta la vida con sus cargas de
perplejidades y cuidados, desaparece el aspecto romántico con que
la imaginación suele tan a menudo revestir el matrimonio. Marido
y mujer aprenden entonces a conocerse como no podían hacerlo
antes de unirse. Este es el período más crítico de su experiencia.
La felicidad y utilidad de toda su vida ulterior dependen de que
asuman en ese momento una actitud correcta. Muchas veces cada
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uno descubre en el otro flaquezas y defectos que no sospechaban;
pero los corazones unidos por el amor notarán también cualidades
desconocidas hasta entonces. Procuren todos descubrir las virtudes
más bien que los defectos. Muchas veces, nuestra propia actitud y la
atmósfera que nos rodea determinan lo que se nos revelará en otra
persona.
Son muchos los que consideran la manifestación del amor como
una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los
demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser repri-
midos, los impulsos de sociabilidad y generosidad se marchitan y
el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este
error. El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No
permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por
falta de bondad y simpatía de parte vuestra.
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