Capítulo 22—La relación entre los esposos
Los que consideran la relación matrimonial como uno de los ritos
sagrados de Dios, protegidos por su santo precepto, serán gobernados
por los dictados de la razón.
Jesús no impuso el celibato a clase alguna de hombres. No vino
para destruir la relación sagrada del matrimonio, sino para exaltarla y
devolverle su santidad original. Mira con agrado la relación familiar
donde predomina el amor sagrado y abnegado.
El matrimonio es santo y legítimo
En sí el comer y el beber no encierran pecado, ni tampoco lo
hay en casarse y darse en casamiento. Era lícito casarse en tiempo
de Noé, y lo es también ahora, si lo lícito se trata debidamente y no
se lleva al exceso pecaminoso. Pero en días de Noé los hombres se
casaban sin consultar a Dios ni procurar su dirección y consejo.
El hecho de que todas las relaciones de la vida son de índole
transitoria debe ejercer una influencia modificadora sobre todo lo que
hacemos y decimos. En tiempos de Noé, lo que hacía pecaminoso
el casamiento delante de Dios era el amor desordenado y excesivo
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por lo que en sí era lícito cuando se hacía el debido uso de ello.
Son muchos en esta época del mundo los que pierden su alma al
dejarse absorber por los pensamientos referentes al casamiento y a
la relación matrimonial.
La relación matrimonial es santa, pero en esta época degenerada
cubre toda clase de vileza. Se abusa de ella y esto ha llegado a ser un
crimen que constituye ahora una de las señales de los postreros días,
así como los matrimonios, según se realizaban antes del diluvio, eran
entonces un crimen. Cuando se comprendan la naturaleza sagrada y
los requisitos del matrimonio, éste resultará aun ahora aprobado por
el Cielo; y acarreará felicidad a ambas partes, y Dios será glorificado.
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