Página 187 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La relación entre los esposos
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Los privilegios de la relación matrimonial
Los que profesan ser cristianos deben considerar debidamente
el resultado de todo privilegio de la relación matrimonial, y los
principios santificados deben ser la base de toda acción. En muchos
casos los padres han abusado de sus privilegios matrimoniales, y al
ceder a sus pasiones animales las han fortalecido.
[En otra ocasión la Sra. White habla del “carácter privado y de
los privilegios de la relación familiar”; véase
Testimonies for the
Church 2:90
.]
Llevar a los excesos lo legítimo constituye un grave pecado.
Muchos padres no obtienen el conocimiento que debieran tener
en la vida matrimonial. No se cuidan de manera que Satanás no les
saque ventaja ni domine su mente y su vida. No ven que Dios requie-
re de ellos que se guarden de todo exceso en su vida matrimonial.
[239]
Pero muy pocos consideran que es un deber religioso gobernar sus
pasiones. Se han unido en matrimonio con el objeto de su elección,
y por lo tanto, razonan que el matrimonio santifica la satisfacción de
las pasiones más bajas. Aun hombres y mujeres que profesan piedad,
dan rienda suelta a sus pasiones concupiscentes, y no piensan que
Dios los tiene por responsables del desgaste de la energía vital que
debilita su resistencia y enerva todo el organismo.
Practiquen la abnegación y la templanza
¡Ojalá que pudiese hacer comprender a todos su obligación hacia
Dios en cuanto a conservar en la mejor condición el organismo
mental y físico, para prestar servicio perfecto a su Hacedor! Evite la
esposa cristiana, tanto por sus palabras como por sus actos, excitar
las pasiones animales de su esposo. Muchos no tienen fuerza que
malgastar en este sentido. Desde su juventud han estado debilitando
el cerebro y minando su constitución por la satisfacción de sus
pasiones animales. La abnegación y la temperancia debieran ser la
consigna en su vida matrimonial.
Tenemos solemnes obligaciones para con Dios en cuanto a con-
servar puro el espíritu y sano el cuerpo, para beneficiar a la huma-
nidad y rendir a Dios un servicio perfecto. El apóstol nos advierte;
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que le