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Consejos para la Iglesia
obedezcáis en sus concupiscencias”. Nos insta a ir adelante dicién-
donos que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene”. Exhorta a
todos los que se llaman cristianos a que presenten sus “cuerpos en
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sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”. Dice: “Golpeo mi cuerpo
y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo venga a ser reprobado”.
Romanos 6:12
;
1 Corintios
9:25
;
Romanos 12:1
;
1 Corintios 9:27
.
No es amor puro el que impulsa a un hombre a hacer de su esposa
un instrumento que satisfaga su concupiscencia. Es expresión de las
pasiones animales que claman por ser satisfechas. ¡Cuán pocos hom-
bres manifiestan su amor de la manera especificada por el apóstol:
“Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella
[no para contaminarla, sino] para santificarla habiéndola purificado”,
para “que fuese santa y sin mancha!” Esta es la calidad del amor
que en las relaciones matrimoniales Dios reconoce como santo. El
amor es un principio puro y sagrado; pero la pasión concupiscente
no admite restricción, no quiere que la razón le dicte órdenes ni la
controle. No vislumbra las consecuencias; no quiere razonar de la
causa al efecto.
Satanás trata de debilitar el dominio propio
Satanás procura rebajar la norma de pureza y debilitar el dominio
propio de los que contraen matrimonio, porque sabe que mientras
las pasiones más bajas se intensifican, las facultades morales se
debilitan, y no necesita él preocuparse por el crecimiento espiritual
de ellos. Sabe también que de ningún otro modo puede él estampar
su propia imagen odiosa en la posteridad de ellos, y que le resulta así
aun más fácil amoldar el carácter de los hijos que el de los padres.
Hombres y mujeres, aprenderéis algún día lo que es la concupis-
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cencia y el resultado de satisfacerla. Puede hallarse en las relaciones
matrimoniales una pasión de clase tan baja como fuera de ellas.
¿Cuál es el resultado de dar rienda suelta a las pasiones inferio-
res? La cámara, donde debieran presidir ángeles de Dios, es manci-
llada por prácticas pecaminosas. Y porque impera una vergonzosa
animalidad, los cuerpos se corrompen; las prácticas repugnantes
provocan enfermedades repugnantes. Se hace una maldición de lo
que Dios dio como bendición.